María del Monte, el ‘pinkwashing’ y la comunicación social de la ciencia

La cantante sevillana, María del Monte, ha salido del armario ante el aplauso del movimiento LGTBIQ+

María del Monte, el ‘pinkwashing’ y la comunicación social de la ciencia
La artista sevillana María del Monte con el alcalde de la ciudad de Sevilla, durante el pregón de las fiestas del Orgullo Sevilla 2022. TW / Antonio Muñóz

Tiempo de lectura estimado: 10 minutos


Elena Lázaro, Universidad de Córdoba

La cantante sevillana María del Monte ha salido del armario con un mantón arcoíris de lunares, bailando I will survive, de Gloria Gaynor, a ritmo flamenco y ante el aplauso del movimiento LGTBIQ+ andaluz, especialmente de las personas mayores del colectivo. Su imagen ha sido un golpe de efecto en la semana en la que los arcoíris han vuelto a llenar las calles.

El colectivo LGTBIQ+ se prepara para salir del armario pandémico recuperando las formas de espectáculo, fiesta y reivindicación previas a 2020, pero ¿será realmente todo igual? A la espera de las grandes manifestaciones del Orgullo 2022 en las megalópolis del mundo, las redes sociales empiezan a teñirse de colores, las instituciones customizan sus perfiles con la bandera LGTBIQ+ y las grandes marcas anuncian sus productos tiñéndolos de “orgullo”.

Para algunos, esta hipervisibilidad es en realidad una nueva modalidad de pinkwashing, esta vez aplicada a la diversidad afectivo-sexual y de género, y la prueba de la mercantilización del movimiento, de la venta de su alma al diablo capitalista.

Sea como fuere, lo cierto es que el primer Orgullo postpandémico enfrenta este año el reto de reforzar su agenda reivindicativa en mitad del ruido de lo superficial. El reto de recuperar las calles después de la pandemia llega en un momento crítico por el enfrentamiento del colectivo LGTBIQ+ con su principal aliado: el feminismo –en realidad, solo una parte de él–, a cuenta de la ley trans y, lo peor, por el crecimiento de la homofobia en fuerzas políticas con representación en las democracias occidentales.

En mitad de ese debate sobre la mercantilización del movimiento y el diseño de la agenda reivindicativa se encuentran las instituciones, también las científicas, que tratan de incorporar la atención a la diversidad afectivo-sexual y de género sin pisar demasiados callos y, sobre todo, midiendo los pasos que se dan en lo estrictamente comunicativo, para no caer en el pinkwashing ni quedarse en lo superficial.

Atender la diversidad en los laboratorios científicos

La ciencia ha ofrecido pruebas suficientes sobre la urgencia de atender la diversidad en los laboratorios y universidades para garantizar el éxito social de sus políticas de recursos humanos, pero también para evitar la pérdida de talento. Convertir las instituciones científicas en espacios inclusivos y seguros requiere políticas concretas basadas en el conocimiento y formación específica que cambien la cultura institucional. Las aulas universitarias continúan presentando serios problemas de homofobia, mientras en los laboratorios la diversidad sigue armarizada.

La Asociación Prisma para la Diversidad Afectivo-Sexual y de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación viene trabajando para romper esa cultura excluyente desde hace varios años. Lo hace ofreciendo asesoramiento y formación institucional, al tiempo que otras organizaciones como la Red de Universidades por la Diversidad van tejiendo la red colaborativa que permita compartir experiencias y estrategias para ir sumando la diversidad afectivo-sexual y de género a los planes de inclusión de las universidades, iniciados para atender otras diversidades (de capacidades o sociales) menos discutidas desde la política.

Las instituciones científicas no son espacios inclusivos

Son, en definitiva, esfuerzos por convertir las instituciones científicas en espacios verdaderamente inclusivos, para lo que resulta necesario romper con inercias históricas y techos marcadamente heteronormativos y masculinizados. Una batalla que inició el feminismo universitario ya en los años ochenta y en la que resiste el activismo ante los embates del sistema. Solo hace falta echar un vistazo a los informes de la Unidad de Igualdad del Ministerio de Ciencia para saber que los puestos de responsabilidad y los espacios de toma de decisión siguen siendo cosa de hombres.

En ese contexto, los servicios institucionales de comunicación científica, tan activos en otros frentes, andan despacio por el camino de la comunicación inclusiva en términos de diversidad afectivo-sexual y de género. Apenas algunas jornadas de difusión y reflexión sobre el tema y unos cuantos eventos de divulgación pública presentan el 28J como el “hermano pobre” del casi saturado 11F, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.

Las razones de esta timidez comunicativa bien podrían estar relacionadas con el temor a caer en el blanqueo institucional: si las instituciones científicas apenas han incluido políticas de inclusión en sus organizaciones, ¿cómo vamos a presentarlas como espacios seguros y comprometidos ante la opinión pública? Si el papel de la comunicación es reforzar el cambio cultural, ¿no es necesario que ese cambio sea real? La Teoría de la Comunicación dice que sí.

María del Monte tiene la respuesta

Y, por otro lado, si la comunicación científica requiere de la participación activa y visible de la comunidad investigadora, ¿no debería la comunicación de la diversidad afectivo-sexual en ciencia implicar directamente a sus protagonistas? En esto también María del Monte podría tener la respuesta.

Cuando la democracia española despenalizó la homosexualidad en 1978, ella era una adolescente a punto de ganar un programa televisivo que la catapultaría a la fama. Aquella derogación de la homosexualidad como supuesto de peligrosidad había afectado a las mujeres en menor medida. Para esto, la invisibilidad femenina jugó en favor de las lesbianas: durante siglos el lesbianismo fue maquillado y socialmente aceptado bajo el eufemismo de “amistad romántica”.

Dado que médicamente las mujeres eran consideradas individuos sin capacidad de sentir deseo o placer, socialmente la relación de dos mujeres no era interpretada en términos sexuales. Así que María del Monte podía pasar “desapercibida” si se esforzaba un poco y aceptaba el problema que ello supone para la salud mental.

Cuando en 1996 la democracia española derogó por completo esa ley de peligrosidad que había permitido el control social de las personas homosexuales, pero también de todo el que molestara al sistema, incluida la disidencia política, María del Monte asumía ser la cara visible de un programa televisivo de ámbito estatal.

Cuando las instituciones democráticas españolas aprobaron el marco legislativo que permitió el matrimonio igualitario, María del Monte se enfrascó en una batalla judicial para impedir que otra cadena de televisión aludiera a su condición sexual y preservar su derecho a la intimidad.

Aunque la semana pasada María del Monte fue felicitada por hablar abiertamente de su condición sexual, también recibió críticas y ataques en las redes por haber tardado en hacerlo. Quienes lo hicieron no entendieron que cada una sale del armario cuando le da la gana y que la obligación de las instituciones que conforman la democracia es ofrecerles un marco jurídico, pero sobre todo social y cultural, seguro. Por eso quienes comunican ciencia necesitan el compromiso real de las instituciones con las políticas de atención a la diversidad antes de sacar las banderas.The Conversation

Elena Lázaro, Investigadora en formación del Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América, Universidad de Córdoba

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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