Las abejas melíferas se agrupan cuando hace frío, pero estábamos completamente equivocados sobre el motivo
Las abejas melíferas que viven en colmenas artificiales llevan más de un siglo sufriendo frío innecesariamente porque los diseños de las colmenas comerciales se basan en datos científicos erróneos, según mi nueva investigación
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Derek Mitchell, University of Leeds
Durante 119 años, la creencia de que la forma en que las abejas se agrupan les proporciona una especie de aislamiento evolutivo ha sido fundamental para la práctica de la apicultura, el diseño de las colmenas y el estudio de las abejas. Más recientemente, los apicultores californianos han llegado incluso a poner las colonias de abejas en cámaras frigoríficas durante el verano porque creen que es bueno para la salud de las crías.
Pero mi estudio demuestra que el agrupamiento es un comportamiento de angustia, y no una reacción benigna al descenso de las temperaturas. Inducir deliberadamente el agrupamiento mediante la práctica o un mal diseño de la colmena puede considerarse una falta de bienestar o incluso crueldad, a la luz de estos hallazgos.
Las colonias de abejas melíferas (Apis mellifera) no hibernan. En la naturaleza pasan el invierno en cavidades de árboles que mantienen al menos parte de su población por encima de los 18 °C en una amplia gama de climas, incluyendo inviernos a -40 °C. Pero la comprensión popular de su comportamiento durante el invierno está dominada por la observación de su conducta en colmenas de madera finas (19 mm). Estas colmenas hechas por el hombre tienen propiedades térmicas muy diferentes en comparación con su hábitat natural de huecos de árboles de paredes gruesas (150 mm).
Pasar el invierno
En los días fríos, en estas colmenas de paredes finas, las colonias forman densos discos de abejas, llamados racimos, entre los panales. El centro de estos discos (el núcleo) es menos denso y más cálido (hasta 18 °C). Aquí es donde las abejas producen la mayor parte del calor al comer y metabolizar el azúcar de la miel. Las capas exteriores más frías (manto) producen muy poco calor, ya que la temperatura corporal de las abejas es demasiado baja. Si la temperatura desciende por debajo de los 10 °C, las abejas mueren.
Desde 1914, los textos de apicultura y los trabajos académicos afirman que el manto “aísla” el núcleo interior de la colmena. Esto significaba que los apicultores veían la agrupación como algo natural o incluso necesario. Esta creencia se utilizó en los años 30 para justificar la cría de abejas melíferas en colmenas de paredes finas, incluso en climas de -30 °C. Esto condujo, a finales de los años 60 en Canadá, a la práctica de mantener a las abejas melíferas en cámaras frigoríficas (4 °C) para mantenerlas agrupadas durante el invierno.
En la década de 2020, los criadores refrigeran las abejas en verano para facilitar el tratamiento químico de los parásitos. Esto está ocurriendo en todo EE. UU., por ejemplo en Idaho, Washington y el sur de California. Fuera de un invierno frío, si los apicultores quieren tratar las infestaciones de ácaros, normalmente tienen que localizar y enjaular a la reina. Pero el almacenamiento en frío permite a los apicultores saltarse este paso, que requiere mucho trabajo, lo que hace más rentables sus servicios de polinización comercial.
Luchando por el calor
Sin embargo, mi estudio descubrió que los mantos de las agrupaciones actúan más como un disipador térmico, disminuyendo el aislamiento. Agruparse no es envolverse en una gruesa manta para mantener el calor, sino más bien una lucha desesperada por apiñarse más cerca del “fuego” o morir. La única ventaja es que el manto ayuda a mantener vivas a las abejas cercanas al exterior.
Cuando la temperatura fuera de la colmena desciende, las abejas alrededor del manto entran en parada hipotérmica y dejan de producir calor. El manto se comprime cuando las abejas intentan mantenerse por encima de los 10 °C.
El acercamiento de las abejas del manto aumenta la conductividad térmica entre ellas y disminuye el aislamiento. El calor siempre intentará desplazarse de una región más caliente a otra más fría. La tasa de flujo de calor de las abejas del núcleo a las del manto aumenta, lo que mantiene a las abejas del exterior del manto a 10 °C (con suerte).
Como una chaqueta de plumón
Piense en una chaqueta de plumón: es el espacio de aire entre las plumas lo que ayuda a mantener caliente al usuario. Que las abejas melíferas se agrupen es similar a comprimir una chaqueta de plumón, por lo que la conductividad térmica acaba aumentando hasta equipararse a la de una chaqueta de cuero.
En cambio, cuando los pingüinos se acurrucan en el invierno antártico, todos mantienen el núcleo de su cuerpo caliente a temperaturas similares y, por tanto, hay poca o ninguna transferencia de calor entre estas aves. A diferencia de las abejas del manto, no hay pingüinos en parada hipotérmica.
Los académicos y los apicultores han pasado por alto el papel que desempeña la cámara de aire invisible entre la colmena y el racimo. Las delgadas paredes de madera de las colmenas comerciales actúan como poco más que un límite entre la cámara de aire y el mundo exterior. Esto significa que, para que las paredes de las colmenas sean efectivas, deben ser sustancialmente aislantes, el equivalente a 30 mm de poliestireno.
Esta incomprensión de la compleja interacción entre el recinto de la colonia, los termofluidos (calor, radiación, vapor de agua, aire) y el comportamiento y la fisiología de las abejas melíferas es el resultado de que la gente no reconozca la colmena como el fenotipo ampliado de la abeja melífera. Otros ejemplos de fenotipo ampliado son la tela de araña y la presa de un castor.
Casi no existen normas éticas para los insectos. Pero cada vez hay más pruebas de que los insectos sienten dolor. Un estudio de 2022 descubrió que los abejorros reaccionan a estímulos potencialmente dañinos de forma similar a cómo responden al dolor los humanos. Necesitamos cambiar urgentemente las prácticas apícolas para reducir la frecuencia y duración de las agrupaciones.
Derek Mitchell, PhD Candidate in Mechanical Engineering, University of Leeds
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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