Mutismo selectivo: cómo actuar en casa y en la escuela
El mutismo selectivo, según recoge el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría, se clasifica como un trastorno de ansiedad de la etapa infantil caracterizado por la ausencia total del discurso en situaciones específicas. El niño o la niña que lo sufren dejan de hablar en determinados contextos, mientras que en otros se pueden expresar sin ningún problema
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María de la Villa Carpio Fernández, Universidad de Jaén
La imposibilidad de hablar en los niños que presentan mutismo selectivo no se puede atribuir a la falta de conocimiento de la lengua ni a la comodidad con el lenguaje hablado necesario en la situación social, sino a la incapacidad de hablar en situaciones específicas.
No hay una única causa
El mutismo selectivo tiene mayor incidencia en niñas y es de etiología multifactorial, asociado a factores genéticos, temperamentales, ambientales y del neurodesarrollo. Se presenta principalmente en menores plurilingües y con antecedentes familiares de trastornos de ansiedad o fobia social.
Son niños o niñas que a menudo presentan otros trastornos de ansiedad, especialmente el trastorno de ansiedad social, aislamiento y retraimiento social, negativismo o problemas de comunicación.
Es un trastorno poco frecuente, tiene prevalencia en torno al 0,72 %, aunque en los últimos años se ha experimentado un aumento de casos debido a la facilidad de acceso a los dispositivos electrónicos.
El continuo uso de pantallas a edades tempranas podría explicar parte del aumento de casos, ya que su uso conlleva menor interacción social con personas del entorno desde la primera infancia.
¿En qué contextos se produce?
El síntoma principal que manifiesta un niño o una niña con mutismo selectivo es la disminución y desaparición de la capacidad de hablar en determinados contextos o situaciones sociales, como por ejemplo en la escuela, mientras que en otros contextos, como el doméstico, tiene una comunicación normal. En los contextos en los que no hablan, sí utilizan gestos, expresiones fáciles y movimientos para comunicarse.
Para considerarse un trastorno debe persistir durante al menos un mes y limitar sustancialmente las relaciones con sus iguales, además de afectar al desarrollo social y al autoconcepto.
La intervención ante un caso de mutismo selectivo es compleja porque hay pocos estudios de buena calidad que demuestren la eficacia del tratamiento, pero la mayoría coincide en afirmar que la meta principal es disminuir la ansiedad que le provoca al niño el hablar y aumentar su habla social.
Si bien las intervenciones que se utilizan habitualmente son multidisciplinares, los primeros pasos en el tratamiento son la psicoeducación y el manejo conductual.
¿Qué hacer en la escuela?
Las necesidades educativas del alumnado con mutismo selectivo están relacionadas con dos grandes áreas: estimular el habla de los niños y potenciar sus habilidades sociales, todo ello en un entorno afectivo y seguro. Las pautas que debe seguir el educador con este alumnado son:
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Conocer sus intereses. Los menores se sienten más seguros y menos inhibidos cuando trabajan con las cosas que les interesan o cuando pueden usar sus talentos o habilidades personales.
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Trabajar en pequeños grupos o por parejas. Si estos niños o niñas tienen amigos o grupos de amigos particulares, hacer que trabajen de forma cooperativa o colaborativa puede disminuir su inhibición y aumentar la posibilidad de que hablen.
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Permitir un periodo de adaptación para que los primeros días de clase los padres asistan al aula con ellos y puedan practicar el lenguaje en ese nuevo escenario.
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Apoyar su comunicación no verbal para demostrarles que su participación se valora, favoreciendo de esta forma su seguridad.
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Apoyo externo. Según la gravedad del problema, puede ser muy útil que una persona capacitada pase tiempo en el aula prestando apoyo individualizado.
¿Qué hacer en casa?
Desde casa, los familiares pueden ayudarles ofreciéndoles seguridad, comprensión y apoyo ante todos sus miedos y dificultades. Para ello sería necesario:
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No presionarles para que hablen y evitar regañarles o castigarles por ello.
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No hablar con otras personas sobre este problema en presencia de estos niños.
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No sobreprotegerlos, no hablar en su nombre.
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No etiquetarles ni decirles que son tímidos, para evitar que el rol se consolide.
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No actuar efusivamente cuando comiencen a hablar, continuar con la actividad que se estaba realizando o reforzarlos tranquilamente.
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Fomentar su autonomía y sociabilidad desde edades tempranas: es necesario que los niños se relacionen y puedan crear círculos de amistades.
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Ayudarlos a desarrollar la empatía para que comprendan cómo se pueden sentir los demás si no contestamos cuando quieren interactuar con nosotros.
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Reforzarlos cuando sean capaces de hablar en situaciones o contextos que son novedosos o complicados para ellos.
Todas estas actuaciones deben complementarse con una intervención psicológica adecuada a través de la exposición a las situaciones temidas de manera gradual y cuidadosa, el modelado y el entrenamiento en habilidades sociales, intervención que se fundamenta en el empleo de estrategias que superen sus miedos y le permita participar en diferentes entornos sociales, todo ello en colaboración de la familia y la escuela.
María de la Villa Carpio Fernández, Profesora titular, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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