Así nos beneficia practicar sexo con frecuencia
El sexo es placentero y beneficioso tanto física como emocionalmente Mejora el estado de ánimo, reduce el estrés, fortalece el sistema inmunológico, ayuda a reducir la tensión arterial y el dolor, y fortalece las relaciones emocionales
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Joaquín Mateu Mollá, Universidad Internacional de Valencia
El sexo es una experiencia placentera, tanto si se vive a solas como si se comparte con otra persona, en especial si esta nos atrae profundamente o si nos mantiene unidos un vínculo significativo. También se puede convertir en una extraordinaria forma de comunicación, mediante la que transmitir sentimientos complejos y afianzar la relación.
Como además se trata de una dimensión fundamental de la vida, se ha escrito mucho sobre cómo y cuándo sería mejor dedicarle tiempo. No obstante, lo realmente cierto es que no existen respuestas universales para esta cuestión: depende casi siempre de cada individuo, de la pareja y del contexto. La única verdad es que requiere consenso entre las partes, que deben sentirse cómodas y satisfechas en sus mutuas expectativas.
Sobre lo que sí existe mucha evidencia es sobre los beneficios físicos y psicológicos que reporta el sexo. Respetando que cada persona es única en sus necesidades y en sus valores, a continuación detallaremos qué puede aportarnos cuando se practica con la frecuencia que consideramos deseable.
Mejora el estado de ánimo
Al practicar sexo, el cerebro produce endorfinas; unas sustancias que generan excitación, satisfacción y bienestar. También están implicadas en la euforia y en la calma que precede y que sucede al orgasmo, respectivamente. Así pues, quedan imbricadas en la respuesta de recompensa que experimentamos al sentir diferentes formas de placer.
Pese a que nos hace sentir bien, no puede decirse que el sexo sirva como tratamiento antidepresivo. Puede proporcionarnos momentos positivos que se sumen a otros para potenciar emociones agradables, pero los trastornos anímicos requieren enfoques terapéuticos mucho más complejos y a menudo multidisciplinares.
Por último, debemos tener en cuenta que el sexo facilita la conciliación del sueño, lo que redunda positivamente en el insomnio que con enorme frecuencia acompaña a los problemas de salud mental.
Amortigua el estrés
La experiencia subjetiva de estrés desadaptativo (o distrés) surge al sentirnos desbordados por las exigencias del entorno y perturba tanto el estado de ánimo como el deseo sexual. Cuando convivimos largamente con situaciones que nos abruman, la frecuencia con la que deseamos practicar sexo decae, lo que puede traducirse a veces en una menor satisfacción con la pareja.
Esto puede deberse a los niveles de cortisol, una hormona necesaria para afrontar las demandas ambientales, pero perjudicial cuando su concentración en el organismo se eleva mucho o durante demasiado tiempo. En este sentido, el sexo puede ayudarnos a reducir el estrés asociado a la sobrecarga cotidiana, aunque paradójicamente también el propio estrés reduzca el deseo.
Un dato curioso al respecto es que las parejas más satisfechas tienden a buscar relaciones sexuales en los días posteriores a una jornada estresante. Además, también son las que se benefician en mayor medida de sus efectos positivos.
Potencia el sistema inmune
La práctica regular de actividad sexual potencia nuestras defensas fisiológicas ante virus, bacterias y otros patógenos. Incluso existen estudios que sugieren que mantener relaciones íntimas tres veces al mes puede protegernos del coronavirus. El hallazgo se extiende, por supuesto, a otras patologías infecciosas.
Este beneficio sobre el sistema inmune es independiente de la edad y de las prácticas sexuales concretas, por lo que cualquiera puede alcanzarlo en distintos momentos de su vida. En definitiva: la evidencia sugiere que a medida que incrementamos la frecuencia de relaciones sexuales, nuestro sistema inmune deviene más competente contra las amenazas.
Reduce la tensión arterial y el dolor
La actividad sexual promueve la salud cardiovascular. Sabemos que los juegos eróticos en pareja incrementan la presión sistólica y diastólica, con un repunte durante el orgasmo que se atenúa justo al extinguirse. En las personas jóvenes, un solo encuentro sexual se traduce en casi seis equivalentes metabólicos (esto es, un consumo energético seis veces superior al que se habría tenido en reposo).
Otro estudio reciente sugiere que el mantenimiento de la actividad sexual durante la vejez reduce la probabilidad de problemas cardiovasculares al incidir positivamente en los factores de riesgo conocidos. También puede contribuir a aliviar el dolor en patologías que cursan con él, habiendo muchos datos sobre este extremo, especialmente en población femenina.
Fortalece la relación y la conexión emocional
El sexo es importante para construir y para mantener el vínculo con la pareja, pues se trata de un espacio propicio para compartir experiencias gratificantes. Esto se vincula con la producción de oxitocina, una hormona que contribuye al afianzamiento de todo tipo de relaciones (incluso la de madre e hijo durante el amamantamiento).
La oxitocina ayuda a regular los comportamientos sociales y emocionales, por lo que es clave para el bienestar. También modula las respuestas de miedo, de ansiedad y de estrés; floreciendo especialmente en momentos íntimos como los abrazos, las caricias o los besos.
Esta realidad subraya la importancia de que el sexo no se limite a la genitalidad, sino que contemple otras formas de interacción más sutiles. Aunque el orgasmo es el punto álgido, la respuesta sexual, nuestras relaciones íntimas no deben orbitar a su alrededor ni entenderse como incompletas si no se alcanza.
En definitiva, el sexo reporta múltiples beneficios. Lo prioritario será siempre que se ajuste a las necesidades de las personas implicadas, de manera que brinde momentos agradables y distendidos. Ejercer presión sobre su intensidad o su frecuencia suele ser contraproducente. Conocer y respetar nuestras mutuas necesidades será la clave.
Joaquín Mateu Mollá, Doctor en Psicología Clínica. Director del Máster en Gerontología y Atención Centrada en la Persona (Universidad Internacional de Valencia), Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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