De la euforia a la preocupación: los verdaderos riesgos de las bebidas energéticas

El consumo de bebidas energéticas en adolescentes es muy elevado, especialmente en España Estas bebidas contienen cafeína, taurina, azúcar y otros ingredientes que pueden tener efectos perjudiciales para la salud, especialmente en niños y adolescentes

De la euforia a la preocupación: los verdaderos riesgos de las bebidas energéticas
Foto de Jorge Franganillo en Unsplash

Tiempo de lectura estimado: 9 minutos


Gema Aonso-Diego, Universidad de Deusto; Andrea Krotter Díaz, Universidad de Oviedo y Ángel García Pérez, Universidad de León

Hoy es difícil encontrar a alguien que no sepa qué producto “te da alas”. La publicidad de las bebidas energéticas está volando alto desde hace mucho tiempo, y es frecuente verla en eventos deportivos, culturales o en la televisión.

Además, durante las últimas semanas, hemos escuchado en España nuevas propuestas sobre la regulación legal de estas bebidas por parte del Ministerio de Sanidad o la Xunta de Galicia, que publicó el pasado mes de noviembre un anteproyecto de ley para prohibir su venta a menores.

Pero ¿qué efectos tienen sobre la salud? ¿Por qué preocupa tanto que las tomen los adolescentes?

Un consumo muy extendido

Las bebidas energéticas son bebidas no alcohólicas que contienen cafeína, taurina, azúcar, vitaminas y otros ingredientes. Ofrecen al consumidor la posibilidad de mejorar el rendimiento e incrementar la energía. Desde su aparición en 1987, su producción ha crecido exponencialmente, y se calcula que su valor en el mercado supera los 100 000 millones de dólares.

Los últimos datos epidemiológicos recogidos en la encuesta ESTUDES de 2023 indican que el 37,7 % de los adolescentes españoles entre 12 y 13 años, así como el 47,7 % de los individuos entre 14 y 18, han consumido alguna bebida energética en el último mes. Además, el 10,2 % de los menores de entre 12 y 13 años, y el 19,5 % entre 14 y 18 años, las han combinado con alcohol. Estas prevalencias son las más altas desde 2016, año en el que se empezó a analizar su consumo.

Múltiples efectos sobre la salud

El ingrediente que ha generado más debate es la cafeína. Las bebidas energéticas contienen entre 290 y 430 mg por litro, dependiendo de la marca. Es una sustancia adictiva que produce dependencia y tolerancia, y, por lo tanto, un síndrome de abstinencia al reducir o eliminar su consumo.

Las recomendaciones indican que consumir más de 400 mg diarios de cafeína tiene efectos perjudiciales para la salud en los adultos. Aunque en niños y adolescentes no están claros los niveles seguros, no se aconseja tomar más de 2,5 mg por cada kilo de peso al día.

Un consumo excesivo de esta sustancia estimulante conlleva importantes efectos negativos en la salud, como problemas cardiovasculares, endocrinos, digestivos, y problemas de salud mental, como depresión, ansiedad o insomnio.

La cafeína, el azúcar y la taurina han sido ampliamente estudiadas. Sin embargo, los efectos derivados del consumo de bebidas energéticas no pueden atribuirse a la suma de sus ingredientes, ya que existe la posibilidad de que se genere un efecto adicional derivado de la combinación de sus componentes.

Tomar estos productos tiene un impacto sobre la salud física, afectando a pulmones, hígado y riñones, así como al sistema cardiovascular, endocrino y reproductivo. Además, se relaciona con problemas de salud mental, lo que incluye estrés, ansiedad, ideación suicida y problemas de sueño. Y por si fuera poco, se ha vinculado a conductas como no usar cinturón de seguridad, realizar prácticas sexuales de riesgo o consumir drogas legales e ilegales.

La fatídica mezcla con alcohol

Una de las prácticas más peligrosas es la combinación con bebidas alcohólicas. Las bebidas energéticas camuflan los efectos de intoxicación del alcohol (falta de coordinación motora, incremento de los tiempos de reacción, somnolencia…), dando lugar a una falsa percepción de control.

Esto se traduce en una mayor ingesta de alcohol, más riesgo de sufrir coma etílico y otras consecuencias no deseab das, como accidentes de tráfico. Además, puede producir efectos dañinos a largo plazo en el hígado o el sistema cardiovascular.

El papel de la publicidad

Hay dos cuestiones fundamentales en la prevención de cualquier conducta adictiva: la percepción de riesgo y la accesibilidad o disponibilidad.

Las bebidas energéticas tienen una baja percepción de riesgo, es decir, están socialmente aceptadas entre los jóvenes. Es fundamental promover una mirada crítica. Realizar campañas informativas sobre las consecuencias de su consumo y poner en práctica programas de prevención son opciones factibles y efectivas para concienciar sobre los peligros que acarrean.

Además, la publicidad de estos productos está presente en numerosos contextos relacionados con los jóvenes –como eventos deportivos– o asociada a personas de relevancia pública (por ejemplo, streamers). La exaltación de los potenciales efectos beneficiosos de su consumo se dirige especialmente a niños y adolescentes.

En definitiva, la publicidad conlleva una normalización del uso y abuso de estas bebidas. Esto justifica la importancia de regular la publicidad, el patrocinio y la promoción de las bebidas energéticas.

Cualquiera puede comprarlas

En cuanto a la accesibilidad, la compraventa de las bebidas energéticas no está regulada en España: no hay restricciones sobre qué personas las pueden comprar o en qué lugares y condiciones se pueden vender. Por ello, se propone establecer una edad mínima para poder adquirirlas, restringir los puntos de venta y aumentar su precio. Países como Alemania, Letonia o Suiza sí han implantado medidas para reducir su consumo en los menores.

En definitiva, la popularidad de este tipo de bebidas entre los jóvenes y adolescentes ha alertado a la comunidad científica. No solo por su elevada prevalencia, sino también por su consumo combinado con alcohol, su regulación laxa, su alta accesibilidad y su baja percepción de riesgo. Es necesario desarrollar medidas preventivas y legislativas para ponerle freno.The Conversation

Gema Aonso-Diego, Docente e investigadora, Universidad de Deusto; Andrea Krotter Díaz, Psicóloga sanitaria e investigadora predoctoral en la Unidad Clínica de Conductas Adictivas, Universidad de Oviedo y Ángel García Pérez, Docente e investigador en Psicología, Universidad de León

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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