¿Son las ciudades un riesgo para la salud cognitiva?
La contaminación atmosférica, principalmente compuesta de partículas finas y dióxido de nitrógeno, tiene efectos negativos en la salud cerebral. Investigaciones sugieren que la exposición crónica a la contaminación puede reducir las habilidades cognitivas, acelerar el deterioro cognitivo y aumentar el riesgo de enfermedades neurológicas
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Vanesa Perez, Universidad Internacional de Valencia
Que la contaminación atmosférica aumente el riesgo de padecer enfermedades relacionadas con los pulmones o el corazón es ampliamente conocido. Sin embargo, sabemos poco sobre los efectos de la polución sobre nuestra salud cerebral. Algo preocupante si tenemos en cuenta que casi el 75 % de la población de Europa y alrededor del 56 % de la población mundial vive en entornos urbanos. Y eso implica que está expuesta, sobre todo, a partículas finas (menores de dos micras) vinculadas al tráfico de vehículos como las partículas PM2,5, a dióxido de nitrógeno (NO₂) y a hollín.
Otro posible riesgo asociado a entornos urbanos es el acceso cada vez más limitado a espacios verdes, que según varios estudios podría aumentar la probabilidad de padecer enfermedades del sistema nervioso central.
Más contaminación, más riesgo de enfermedad
En los últimos años, han aumentado las sospechas de la comunidad científica sobre el papel que la contaminación del aire desempeña en las enfermedades neurológicas. Un artículo de revisión reciente examinó varios estudios epidemiológicos en diferentes ciudades y encontró que la contaminación atmosférica puede provocar una reducción de las habilidades cognitivas y acelerar el deterioro cognitivo.
Los estudios revisados identifican una consistente asociación entre exposición crónica a agentes contaminantes y disminución de capacidades cognitivas específicas. Concretamente de la capacidad de razonamiento, los tiempos de reacción, la atención, la memoria episódica, el aprendizaje verbal, la fluencia verbal y las capacidades visuoespaciales.
Además, hay indicios de que los contaminantes que respiramos se asocian a un mayor riesgo de deterioro cognitivo. Algunas investigaciones con estudios de neuroimagen –técnicas para obtener una imagen de la estructura o función del sistema nervioso– revelan cómo la contaminación agrava los procesos de envejecimiento cerebral, provocando una reducción en materia blanca, mayor volumen ventricular y un cuerpo calloso más pequeño.
La vida urbana aumenta el riesgo de ictus
Por otra parte, según la sociedad española de neurología, la contaminación también se relaciona con un mayor riesgo de sufrir ictus. En concreto, el 30 % de los ictus que se producen cada año pueden ser atribuibles a los agentes contaminantes del aire.
Respaldando esta afirmación, un reciente estudio sacaba a la luz la relación directa entre el ictus y la exposición a largo plazo a PM2,5, NO₂ y hollín.
En el caso del NO₂, el riesgo se incrementa incluso con una exposición a niveles inferiores a los que se consideran peligrosos según las normas europeas. El mismo estudio señaló que había esperanza dado que las zonas verdes actúan como mecanismo de protección. La probabilidad de aparición de ictus se reduce un 16 % en las personas que tienen acceso a espacios verdes a menos de 300 metros de su casa.
La contaminación como fuente crónica de neuroinflamación
Uno de los mecanismos más aceptados para explicar por qué una exposición prolongada a la contaminación altera el sistema nervioso es la neuroinflamación. Esta se produciría como consecuencia de la inhalación de partículas transportadas por el aire. Las partículas penetran directamente en el cerebro a través de las conexiones nerviosas del sistema olfativo y estimulan la inmunidad innata del órgano pensante.
Hay dos tipos de células que intervienen en las patologías del sistema nervioso central inducidas por la contaminación: los astrocitos y la microglía. Los astrocitos se activan ante la exposición crónica a contaminación atmosférica, aumentando la expresión de la proteína ácida fibrilar. La microglía, por su parte, puede malinterpretar los componentes de la contaminación del aire como patógenos, lo que resulta en una fuente crónica de inflamación. La inflamación crónica produce estrés oxidativo, neurotoxicidad y daño cerebral vascular, lo cual impulsa enfermedades neurodegenerativas.
Además, aunque el cerebro es un órgano protegido por la barrera hematoencefálica, la contaminación puede deteriorar este mecanismo de protección provocando daños en las células endoteliales.
¿Es hora de replantear los límites de contaminación considerados seguros?
Ante estas evidencias es necesario reflexionar sobre los niveles actuales de contaminación atmosférica. En la actualidad, los umbrales de exposición considerados seguros por la Organización Mundial de la Salud son de 5 μg/m³ anuales en el caso de PM2,5, y de 10 μg/m³ en el caso de NO₂. Para el hollín no hay valores establecidos.
Sin embargo, las investigaciones demuestran que esos estándares propuestos como seguros continúan implicando un riesgo para la salud y calidad de vida.
Parte de la solución pasa por ampliar las zonas verdes. Un estudio reciente ha mostrado que parques y espacios verdes mitigan los efectos de la contaminación atmosférica activando vías inmunorreguladoras (mecanismo que interviene en la aparición de ictus) y reduciendo el estrés.
Además, las zonas verdes desempeñan un papel importante en la preservación de la salud cerebral y del bienestar general al tener valores recreativos, sociales y culturales. En este sentido, se hace evidente la importancia de mejorar la planificación urbana, promoviendo la proximidad a entornos naturales para que vivir en ciudades no implique asumir un aumento del riesgo de enfermar.
Vanesa Perez, Profesora del Departamento de Psicobiología y Máster en Neuropsicología clinica, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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