“La pandemia demostró que el acceso abierto es el camino en comunicación científica”
En su nuevo libro Copyright's Broken Promise, este activista canadiense plantea una reforma de la ley de derechos de autor que garantice tanto el acceso abierto universal a la investigación, como una compensación equitativa para los editores de revistas científicas
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El educador, autor, activista y catedrático de la Universidad de Stanford John Willinsky (Toronto, Canadá, 1950) es conocido por su trabajo incansable para logar un modelo de acceso abierto a la información científica en la era digital. Lleva dos décadas difundiendo la idea de que una ciencia que depende en gran medida de la financiación pública debería facilitar todos sus resultados a la ciudadanía.
Willinsky ha visitado recientemente España para participar en un seminario, celebrado en Universitat Oberta de Catalunya, donde habló de su nuevo libro Copyright's Broken Promise (La promesa incumplida de los derechos de autor), que se publicará en acceso abierto en diciembre y en el que plantea una reforma de la ley de derechos de autor, según cuenta también a SINC.
Usted lleva décadas luchando por el acceso libre y universal a la información científica: ¿No es un poco utópico esperar que las grandes revistas se unan al movimiento de acceso abierto? ¿Ve usted cambios?
Bueno, podría haber parecido una cruzada utópica, incluso una lucha contra molinos de viento, en los primeros días del acceso abierto, cuando empecé con este tema a principios de siglo. Sin embargo, en dos décadas hemos empezado a ver cambios alentadores. En los últimos años, por ejemplo, ha surgido un consenso sobre el acceso abierto entre editores, grandes y pequeños, sociedades académicas, investigadores, bibliotecarios y financiadores.
Hay acuerdo en que el open access es lo mejor para la ciencia. Se reconoce que es el objetivo hacia el que todos nos dirigimos en la comunicación académica. La pandemia no hizo más que reforzar este consenso al demostrar cómo la ciencia —con acceso abierto, preprints, intercambio de datos, etc.— aceleró el desarrollo de múltiples vacunas contra el coronavirus.
Ahora las grandes revistas científicas publican algún que otro artículo en abierto, al tiempo que sus editores sacan publicaciones homólogas en open access.
Como el caso de Scientific Reports, de Springer-Nature y la familia de revistas PLoS. ¿A qué cree que se debe este cambio?
Estos cambios entre las publicaciones científicas reflejan la creciente conciencia de que cualquier cosa que impida innecesariamente la circulación de la investigación está trabajando en contra del progreso de la ciencia a expensas de la humanidad. Simplemente, necesitamos una forma justa y equitativa de compensar a los editores para que lo que hoy es técnicamente factible, mediante el acceso abierto, pueda realizarse plenamente.
Pero muchas publicaciones científicas siguen aferradas a su arcaico modelo de publicación, ¿no? ¿Dónde quedaría su modelo de negocio con el open acces?
Bueno, en algunos casos sus modelos de negocio han empezado a incluir estrategias de acceso abierto, como los ‘cargos por procesamiento de artículos’ [APC, por sus siglas en inglés] que se cobran a los autores, los acuerdos de ‘leer y publicar’ y los ‘modelos de suscripción en abierto’, con bibliotecas que apoyan el acceso abierto.
Es interesante observar que el grupo PLoS, que es uno de los creadores de los APC como modelo para su conjunto de revistas de acceso completamente abierto, se está ahora alejando de él. Reconoce que los APC son intrínsecamente injustos para los autores y está decantándose por el modelo de apoyo institucional.
Dicho esto, creo que tiene razón cuando dice que hay editoriales que se agarran aún a los modelos más antiguos, incluso cuando el acceso abierto, en principio, es universalmente aceptado.
Sin embargo, en lugar de culpar a los editores por este aferramiento, creo que es el resultado de que la ley de derechos de autor no se ajusta a los cambios en curso, lo que hace que tengan dificultades para encontrar un camino claro hacia el acceso abierto.
Esta reforma de la ley es de lo que trata precisamente su nuevo libro Copyright's Broken Promise.
Este libro, que será de acceso abierto cuando se publique en diciembre en MIT Press, defiende lo que para mí y para muchos en este campo es una nueva postura sobre cómo lograr el acceso abierto. Sostenemos que, solo cambiando la ley de derechos de autor, podremos avanzar hacia el acceso abierto universal de manera oportuna y a un coste justo. Este llamamiento al cambio se basa, en primer lugar, en el reconocimiento de que las publicaciones de investigación funcionan sobre una base económica e institucional muy diferente a la de otros tipos de obras protegidas por derechos de autor.
Tratar la investigación como las novelas y las películas dificulta mucho el open access. Una vez que establezcamos las revistas científicas como un tipo de obra propio y diferenciado bajo los derechos de autor, podremos adaptar la ley.
¿Y cómo debería ser esa adaptación de la ley de derechos de autor para compensar a las revistas científicas?
En concreto, en el libro defiendo la introducción en la ley —empezando por Estados Unidos, aunque creo que podría extenderse a la UE y al resto del mundo— de una forma de licencia legal en la que los usuarios institucionales y los financiadores de la investigación estén obligados a compensar de forma justa a sus editores de revistas científicas por el acceso abierto inmediato y universal a la investigación.
Esto es, la ley exigiría tanto el acceso abierto universal a la ciencia, como una compensación justa para los editores. Su difusión mundial se gestionará a través de acuerdos internacionales y dentro de las jurisdicciones locales, tal y como ocurre con la industria musical en todo el mundo. El precio justo para los distintos tipos de publicaciones de investigación lo decidirán, como en el caso de la música, los jueces y las juntas de derechos de autor tras escuchar a los editores, las bibliotecas, los financiadores y otros, con una revisión periódica de las tarifas.
Esto que dice es muy ambicioso.
Sí, el alcance de este cambio legislativo es, sin duda, una empresa de gran envergadura, y uno de los pasos más importantes dados para lograr el acceso abierto. Pero después de dos décadas de éxitos muy parciales, y ante las pandemias que se avecinan y la catástrofe climática inmediata, necesitamos ese cambio. En este momento, nuestro progreso hacia el acceso abierto universal —a pesar del amplio reconocimiento de cómo ayuda a la humanidad— avanza con demasiada lentitud y con un gasto que no se puede mantener.
En alguna ocasión usted ha dicho que el acceso abierto al conocimiento es un derecho humano. ¿Es esta afirmación especialmente importante en los países con menos recursos? ¿Qué tipo de acciones son necesarias para avanzar en este sentido?
El derecho al conocimiento es importante, especialmente para alguien como yo, cuyo oficio es la enseñanza. Este derecho está reconocido en varias de las principales declaraciones de derechos humanos. Tiene una importancia especial en el Sur Global porque en muchos casos no se ha atendido adecuadamente, ya que gran parte de la investigación del Norte Global está económicamente fuera del alcance del sur.
También hay que decir que las editoriales científicas han hecho esfuerzos considerables, a través de iniciativas como Research for Life, para que una mayor parte de la investigación del norte esté disponible en el sur. Pero este derecho al conocimiento también implica garantizar que la investigación del Sur Global sea reconocida y esté ampliamente disponible en el mundo. A esto ha dedicado sus esfuerzos el Public Knowledge Project [PKP], que fundé en 1998.
El PKP ha logrado que su software open source se convierta en el estándar de facto para las revistas científicas abiertas, lo que supone un gran éxito para el conocimiento abierto. ¿Cuál es el siguiente paso para avanzar en este camino?
Este proyecto cuenta ahora con un equipo de más de 30 colaboradores con talento y dedicación a las plataformas de publicación de código abierto que, en el caso de los Open Journal Systems [OJS], se han convertido en el software más utilizado del mundo, con más de 30.000 revistas en OJS en 2021. Trabajamos constantemente en nuevos desarrollos para mejorar las cualidades editoriales y académicas de la plataforma, con importantes novedades anuales.
También estamos avanzando en iniciativas de integración que ayudarán a la gente a apreciar y evaluar mejor las cualidades que distinguen a las publicaciones de revistas de otras formas de publicación.
¿Es el PKP además una herramienta de investigación?
Sí, es también una iniciativa de I+D, por eso el profesor Juan Pablo Alperin [codirector científico del PKP], por ejemplo, está trabajando en la mejora de los metadatos utilizados para el seguimiento de la investigación y en cómo esta nueva apertura figura en la evaluación de los investigadores.
Mi trabajo sobre la reforma de los derechos de autor para avanzar en el acceso abierto también forma parte de lo que hace el PKP. Trabajamos al servicio de lo que puede haber empezado como una cruzada por mi parte, pero que desde entonces se ha convertido en una iniciativa global, que implica a la comunidad académica en general, para aportar una apertura fructífera a todo lo que la ciencia y la academia pueden hacer por la humanidad.
Alguna vez ha comentado que no solo lucha porque la ciencia sea libre, sino por un principio que siempre ha formado parte de la ciencia: que el acceso y la transparencia contribuyen a la calidad. ¿Podría desarrollar esta idea?
Parte de mi trabajo con el Public Knowledge Project ha consistido en examinar la historia de la ciencia y la academia, lo que nos ha permitido, a mi y a otros, comprender lo importante que ha sido la ampliación de la circulación del conocimiento para lograr avances, ya sea a través de manuscritos, impresos o formas digitales.
En la época medieval, lo que hoy es España fue uno de los grandes puntos de intercambio y acceso entre el saber islámico, cristiano y judío. Más tarde, la imprenta contribuyó en gran medida a la circulación del saber; y el intercambio temprano de datos astronómicos condujo a avances en la estadística, así como en la física y otros campos.
Esta apertura de la ciencia, por tanto, no se trata de un mero intento por parte de investigadores deshonestos de aprovecharse de internet, sino que forma parte de un largo progreso histórico que es endémico al modo en que funciona y se expande el conocimiento.
Mi esperanza, en un sentido más inmediato, es que el Gobierno español considere seriamente esta iniciativa de reforma de los derechos de autor en open access. Lo que está claro, a estas alturas, es que el estado actual del mundo justifica un camino claro y directo hacia el acceso abierto universal para la investigación.
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