La primera evidencia de peste en la península ibérica esclarece la historia de esta plaga
El análisis de 17 genomas antiguos de la bacteria Yersinia pestis, incluido uno de hace 3.300 años recuperado en un dolmen de Álava, arroja luz sobre la evolución de la peste bubónica en Eurasia desde el Neolítico. Durante al menos 2.500 años coexistieron dos variantes del patógeno, pero acabó imponiéndose la que usaba las pulgas como medio de transmisión
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Hoy las infecciones por peste son anecdóticas, pero a lo largo de la historia millones de personas han muerto por esta plaga causada por la bacteria Yersinia pestis.
Diversos estudios con ADN antiguo han demostrado que este patógeno ya infectaba al ser humano tan pronto como hace 5.000 años, en el Neolítico, pero aún se sabe muy poco sobre sus dinámicas de transmisión, su diversidad genética y el alcance geográfico de la enfermedad cuando comenzó a afectar a los humanos.
Ahora, un grupo internacional de investigadores ha reconstruido 17 genomas antiguos de la bacteria patógena tras analizar los dientes de 252 individuos que vivieron en distintas partes de Eurasia entre 5.000 y 2.500 años atrás.
Coexistencia de dos linajes
El análisis reveló que durante al menos 2.500 años, coexistieron y compartieron nicho ecológico dos tipos de Yersinia pestis diferenciados genéticamente: uno capaz de infectar utilizando a la pulga como vector de transmisión (el más conocido) y otro, que no utilizaba esta forma de infección, y que desapareció hace unos 2.000 años.
“Debido a la ausencia de representantes modernos, creemos que esta variante [que no usaba las pulgas] se extinguió en algún momento durante la Edad de Hierro”, explica a SINC Aida Andrades, investigadora postdoctoral de Arqueogenética en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) y primera autora del estudio, que esta semana publica la revista PNAS.
Una de las incógnitas que se mantienen es la manera en la que se transmitía el linaje de esta variante no adaptada a la pulga, ya que aún se desconoce que animales actuaban como reservorios de la enfermedad, y su identificación “es esencial para caracterizar las dinámicas de transmisión de Yersinia pestis” en el pasado, indican los autores.
“En aquel momento, en Eurasia nos encontramos unas sociedades que empezaban a estar interconectadas y a tener movilidad, debido a revoluciones tecnológicas como el carro, y la domesticación de especies como el caballo, que facilitaron el transporte, no solo de humanos y animales, sino también de enfermedades”, explica Andrades.
“Para comprender como Yersinia pestis se transfería en el pasado, —añade— es clave examinar a los animales domésticos, y establecer si estos tenían un papel en la cadena de transmisión”.
Los resultados del estudio reflejan que los humanos han estado en contacto con la enfermedad desde miles de años antes de que ocurrieran las pandemias históricas de peste, pero, según reconoce Andrades, aún es necesaria más investigación para dilucidar su impacto, y “que consecuencias tenían estas epidemias para la población”.
Presencia temprana en todo el continente
Uno de los descubrimientos más sorprendentes del estudio corresponde a un individuo encontrado en el dolmen de ‘El Sotillo’, en la provincia de Álava (España), con una antigüedad estimada de en torno a 3.300 años. Esto representa la primera evidencia de peste bubónica mediada por pulgas en la península ibérica.
El genoma de Yersinia pestis encontrado en este individuo es tan solo 500 años más joven que el más antiguo capaz de causar peste bubónica tras la picadura de una pulga, encontrado en la región de Samara (Rusia), a miles de kilómetros de distancia, lo que indica que existía una gran diversidad de cepas a lo largo de toda Eurasia poco tiempo después de la posible emergencia de la bacteria.
“El hecho de que encontremos dos linajes con potencial de causar peste bubónica en ambos extremos de Europa, genera preguntas acerca de lo expandida que estaba esta variante adaptada a la pulga, y como fue posible que se dispersara tan rápidamente en un territorio tan grande”, indican los autores.
“Este tipo de estudios ayudan a esclarecer cómo emergen los patógenos, y nos ayudan a identificar factores que tienen un papel determinante en la aparición de nuevas enfermedades”, concluye Andrade.
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