Las guerras taxonómicas: cuando los nombres de las especies enfrentan a los científicos

Investigadores del hemisferio norte quieren erradicar la práctica de bautizar organismos con nombres de personas Biólogos y paleontólogos del Sur Global se oponen: aseguran que, tras siglos de colonialismo europeo, estos homenajes les permiten ahora visibilizar a pueblos indígenas, mujeres y reconocer a figuras de impacto cultural como futbolistas

Las guerras taxonómicas: cuando los nombres de las especies enfrentan a los científicos
Un año después de la victoria de la selección de fútbol de Argentina en el Mundial Qatar 2022, un equipo de paleontólogos de ese país bautizaron a un cóndor extinto 'Vultur messii', como homenaje a Lionel Messi. La ilustración es del paleoartista H. Santiago Druetta / Imagen cedida por el autor.

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Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons

Además de un resumen (o abstract), introducción, descripción y conclusión de los hallazgos, los papers o artículos publicados en revistas científicas tienen al final una sección de agradecimientos. Por lo general, los autores expresan allí su gratitud a las instituciones a las que pertenecen, a las agencias que financiaron sus descubrimientos y a las personas que les brindaron algún tipo de apoyo.

En el caso de un nuevo artículo publicado recientemente en Historical Biology, científicos argentinos hacen un reconocimiento fuera de lo común: agradecen allí a los más recientes campeones del mundo. “Finalmente —señala el equipo dirigido por el paleontólogo Federico Degrange—, nuestro más cálido reconocimiento a Lionel Andrés Messi y a toda la selección argentina de fútbol por traer alegría a todo nuestro país”.

Desde el 18 de diciembre de 2022, cuando Messi y compañía derrotaron en la final por 4-2 en los penaltis a Francia y alzaron la Copa Mundial de Fútbol en Qatar, los agasajos no paran: en las calles y en megamurales de Buenos Aires y el resto del mundo, en canciones, en documentales, en entrevistas, en premiaciones y también por parte de científicos.

Además de la lagartija Liolaemus messii, identificada en 2021, investigadores locales han nombrado así, en el último año, a un diminuto organismo marino que vivió hace 20 millones de años (Discinisca messi) y a una araña patagónica (Acanthogonatus messii), en honor al capitán argentino; también designaron a una rana prehistórica Lepidobatrachus dibumartinezi, para celebrar al arquero Emiliano Martínez.

A ellos, ahora se suma un nuevo homenaje futbolístico: como cuenta en el paper el equipo de Degrange llamó Vultur messii a una nueva especie de cóndor que habitó en lo que hoy es la provincia de Catamarca, en el noroeste argentino, hace 4,8 millones de años.

“El fósil lo descubrimos en septiembre del año pasado y lo empezamos a estudiar inmediatamente. Una vez que ganó Argentina no dudamos sobre cómo debería llamarse”, cuenta a SINC este investigador del Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra, Universidad Nacional de Córdoba/Conicet. “Creo que es una forma de eternizar a estos jugadores. Me encantaría que la noticia llegara a los oídos de Messi. Quizás algún día pudiese visitar nuestro instituto y ver de primera mano cómo trabajamos los paleontólogos del país”, agrega.

Aves grandes, de alas anchas y colas cortas, los cóndores desempeñan un papel importante en el ecosistema al cumplir su rol de carroñeros. En la actualidad, solo quedan dos especies: el cóndor de California (Gymnogyps californianus) —que habita pastizales abiertos, regiones boscosas y costas del suroeste de Estados Unidos y el noroeste de México— y el cóndor andino (Vultur gryphus), una de las aves más representativas de América del Sur que se distribuye principalmente en las altas montañas y que tiene una gran importancia para los pueblos originarios.

El registro fósil de estos animales en América del Sur es escaso. Los hallazgos paleontológicos de los últimos años demuestran, sin embargo, que, en el pasado, su diversidad fue mayor. “Vultur messii tenía aproximadamente el mismo tamaño que el cóndor actual”, explica este paleoornitólogo.

“El período en el que este cóndor voló y se alimentó de los cuerpos de pequeños mamíferos coincide con el levantamiento de las cordilleras pampeanas y de los Andes, con el comienzo de la aridificación regional y la disminución de la temperatura global. Este descubrimiento demuestra que el arribo y diversificación de los cóndores en Sudamérica fue más temprana de lo que se pensaba”, indica el experto. 

Como los demás gestos taxonómicos que honran a los futbolistas argentinos, esta investigación fue recibida con entusiasmo por la comunidad científica local. Sin embargo, un número creciente de biólogos del hemisferio norte cuestionan estas prácticas de asociar organismos con individuos y presionan cada vez más para ponerle fin a este tipo de celebraciones, de una vez y para siempre.

La pesada herencia colonial

A la par de la crisis de la biodiversidad actual, cada año se descubren nuevas y asombrosas especies. Algunas se han extinguido hace tiempo; otras aún viven ocultas a simple vista. En 2023, científicos han nombrado una mantarraya que vivió hace 50 millones de años en honor al cantante Thom Yorke (Dasyomyliobatis thomyorkei); una serpiente devoradora de caracoles en Panamá (Sibon irmelindicaprioae) en reconocimiento a la madre del actor Leonardo DiCaprio, quien financia programas de conservación; un rana de la Cordillera de los Andes en Ecuador (Hyloscirtus tolkieni) por el escritor JRR Tolkien; y una luciérnaga de Jalisco, México, bautizada Photinus guillermodeltoroi como tributo al cineasta Guillermo del Toro, entre muchas otras.

Al denominar organismos de esta manera, los investigadores atraen la atención del público e influyen en su interés por estas especies. Pero también alimentan una disputa taxonómica cada vez más acalorada a nivel global. En mayo de este año, un equipo de biólogos portugueses, españoles e israelíes publicaron una carta en la revista Nature Ecology and Evolution en la que argumentaban que ya era hora de dejar de nombrar organismos con nombres de personas, es decir, epónimos.

“Creemos que nombrar especies en honor a personas reales es innecesario y, objetivamente, difícil de justificar”, señalaron. “La biodiversidad de la Tierra es parte de un patrimonio global que no debe trivializarse por asociación con un solo individuo humano, cualquiera que sea su valor percibido”.

El debate no se limita a una disciplina en particular; se extiende, más bien, a todas. En los últimos años, parte de la comunidad botánica ha presentado propuestas para reemplazar nombres culturalmente ofensivos e inapropiados; eliminar permanente y retroactivamente epítetos que contengan insultos raciales y que honren a personajes coloniales.

Las discusión se aceleró en noviembre cuando la Sociedad Estadounidense de Ornitología anunció que a partir de 2024 procederá a cambiar la manera en que se conocen en inglés 150 especies en Estados Unidos y Canadá, es decir, aquellas que llevan nombres de personas con un pasado oscuro, como la reinita de Townsend (Setophaga townsendi) —llamada así por el ornitólogo estadounidense John Kirk Townsend, que acostumbraba robar cráneos de tumbas indias—; la pardela de Audubon (Puffinus lherminieri) —por el naturalista John James Audubon, propietario de esclavos que se oponía al movimiento abolicionista— o el colibrí de Anna (Calypte anna) bautizado en honor a una duquesa italiana.

“Necesitamos un proceso científico mucho más inclusivo y atractivo que centre la atención en las características únicas y la belleza de las propias aves”, afirmó en un comunicado Colleen Handel, presidenta de la sociedad.

Según una estimación de la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica, aproximadamente el 20 % de todos los nombres de especies animales en uso son epónimos. Gran parte de ellos fueron establecidos a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX por exploradores europeos y arrastran una espinosa herencia colonial: ya sea porque fueron instalados para halagar a colegas, familiares o para lograr el beneplácito de figuras de poder como duques, reyes, princesas, presidentes u hombres fuertes de la política del momento. Así fue cómo en 1933 un coleccionista austríaco bautizó a una especie de escarabajo ciego de las cavernas de Eslovenia Anophthalmus hitleri.

Lo mismo había sucedido ya en 1837 cuando el botánico británico John Lindley denominó a un nenúfar que crece solo en la cuenca del Amazonas Victoria regia, en honor a la reina Victoria de Inglaterra. Volvió a ocurrir en 2018, cuando a un anfibio casi ciego descubierto en Panamá se lo llamó Dermophis donaldtrumpi, no como homenaje sino como una crítica a las políticas de Trump sobre el cambio climático y el peligro que representaban para la supervivencia de muchas especies.

“Muchos de estos nombres honran a figuras representativas del colonialismo científico”, advierte el ornitólogo mexicano Ernesto Ruelas Inzunza. “Es decir, típicamente hombres, blancos, próceres y figuras dominantes en la ciencia o la política de países del Norte Global, independientemente del lugar de origen de la especie nombrada. En mi opinión, purgar los epónimos de los nombres de las aves de América del Sur es una tarea más urgente que la de Norteamérica. Para muchos colegas míos, usar esos nombres es ofensivo. Muchos de esos científicos pioneros estuvieron asociados a la conquista, al genocidio o a prácticas extractivistas que dejaron a sus países o regiones en la ruina”, expone. 

Los nombres del bagre Neoplecostomus bandeirante y de la rana Hypsiboas bandeirantes, por ejemplo, hacen referencia a los exploradores brasileños del siglo XVI conocidos por esclavizar indígenas y exterminar comunidades de afrodescendientes que huían de la esclavitud.

La eliminación por completo de los epónimos, sin embargo, no cuenta con un apoyo total de la comunidad científica. Muchos ven que estas propuestas de limpieza taxonómica terminarán perjudicando a la ciencia, en especial a la del Sur Global.

“Aunque es cierto que la mayoría de los epónimos asignados han honrado históricamente a los europeos, el ritmo de descubrimiento de especies en los países tropicales es actualmente alto y, en las últimas décadas, los taxónomos locales (al menos en América Latina) están superando a los científicos europeos en la realización de estos descubrimientos”, respondió un grupo de científicos sudamericanos en una carta también en Nature Ecology and Evolution.

“Usando epónimos, los científicos locales ahora pueden financiar su trabajo, honrar a los científicos locales, reconocer a los líderes indígenas y a los responsables políticos, y ayudar a salvar a sus organismos de estudio de la extinción”, señalan. 

Termómetros de una época

La erradicación de epónimos movida por la corrección política —como la que condujo a eliminar los monumentos confederados en Estados Unidos— o con el fin de reparar daños históricos y hacer de la ciencia un espacio más inclusivo podría incluso provocar efectos no buscados, como generar caos y confusión en la nomenclatura existente o borrar la rica historia personal de la biología y escindirla de su conexión con la cultura y valores de su época.

“Al nombrar una especie, los científicos pueden expresarse”, señala el biólogo canadiense Stephen B. Heard, autor de Charles Darwin's Barnacle and David Bowie's Spider. “Al elegir honrar a alguien con el nombre de una nueva especie de hongo, araña o insecto, un científico puede contar una historia sobre la persona que recibe el honor; pero al mismo tiempo, ese científico cuenta una historia sobre sí mismo. Con la invención de Linneo, los epónimos se convirtieron en una ventana a las personalidades de los científicos. Revelan que no son las criaturas frías, aburridas y carentes de emociones que muchos podrían esperar”, asevera.

Nombrar una especie no es una práctica neutral, fría, aséptica. No está aislada de las creencias e intereses del investigador. Es un acto personal. Además, como han constatado ya varios estudios, las especies con nombres de celebridades reciben mayor atención.

Messi es tan grande que con solo nombrarlo pudimos hacer llegar y divulgar nuestro trabajo en muchos rincones”, cuenta el paleontólogo argentino Damián Pérez, que le asignó a un diminuto molusco fósil el nombre del futbolista. “La historia fósil es parte de nuestro patrimonio natural y también cultural", explica.

En otros casos, esta práctica puede contribuir a su conservación o repatriación. “Recientemente, una araña fósil que vivió hace 122 millones de años en lo que hoy es Brasil recibió su nombre en honor a la drag queen y cantante Pabllo Vittar, Cretapalpus vittari, y esto ayudó a popularizar la especie”, comenta la paleontóloga brasileña Aline Ghilardi. “El año pasado fue repatriada tras salir del país mediante el tráfico de fósiles”, detalla.

El problema con las iniciativas que impulsan los cambios radicales en la taxonomía radica en realidad en los criterios a utilizar para emprender tal limpieza. Más de 300 especies llevan el nombre de Charles Darwin, quien en El origen del hombre (1871) expresó opiniones racistas al describir a los pueblos indígenas de América y Australia como inferiores a los europeos en capacidad y comportamiento. Lo mismo se puede decir de Nikola Tesla —en cuyo honor se nombraron especies de ranas e insectos— quien en 1935 comunicó su apoyo a la eugenesia.

Además, prohibir por completo estos homenajes puede llegar a atentar contra la diversidad y la inclusión. Como alega el paleontólogo salvadoreño Juan Carlos Cisneros de la Universidad Federal de Piauí, Brasil: “Hoy, nombrar especies en honor a una persona es una forma de darle visibilidad a grupos históricamente discriminados, desde mujeres hasta indígenas”.

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