Los chimpancés perdidos de Tenerife
Casi cien años después de que el psicólogo Wolfgang Köhler publicara sus hallazgos, que cambiarían nuestra visión sobre otros primates, un investigador español descubre el destino de aquellos animales, que viajaron de Camerún a Canarias, antes de continuar su periplo hacia Europa continental.
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La historia que cambiaría nuestra visión sobre otros primates es también un relato en el que se mezclan tráfico de animales, espionaje, personajes nazis, Agatha Christie y hasta los papeles de Panamá. Una historia que un científico español ha desempolvado y, si hay suerte, veremos en la gran pantalla.
En 1913 partía de Camerún (por entonces colonia alemana) un vapor de 5 000 toneladas con dirección a Europa. Su nombre era Borga y a bordo llevaba, con destino a Tenerife, cuatro chimpancés: Chica, Grande, Sultán y Konsul. Todos ellos habían sido arrancados de la jungla y de sus clanes para viajar a las Canarias con tres años de edad, excepto Sultán, que tenía cinco. Más tarde llegarían otros, entre ellos, una hembra llamada Chego.
¿El objetivo? Estudiar el comportamiento y las habilidades cognitivas de los primates más cercanos a los humanos en términos evolutivos. ¿El resultado? Una investigación que cambiaría nuestra visión sobre los primates no humanos. Y una aventura que pocas veces se ha contado.
Todo comenzó en 1905. Aquel año, a instancias del neuroanatomista y fisiólogo alemán Max Rothmann, se creó La Casa Amarilla (formalmente conocida como Estación de Antropoides de Tenerife). Ubicada en el Puerto de la Cruz, esta se convirtió en el primer centro de estudios primatológicos de la historia.
Fue precisamente allí donde el psicólogo alemán Wolfgang Köhler realizó las investigaciones que “redefinieron la naturaleza misma de la inteligencia humana y animal”, afirma, por videoconferencia, Javier Virués-Ortega, psicólogo conductual de la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda.
Estos experimentos “desempeñaron un papel fundamental en el estudio emergente de la inteligencia, la psicología comparada y la primatología”, explica a SINC.
Un gesto que nos hermana
Después de la publicación de la teoría de la evolución de Darwin, a mediados del siglo XIX, los científicos querían descubrir si se podían identificar conductas complejas en nuestros parientes evolutivos. Así, en un episodio que se podría comparar al hallazgo de la penicilina (por su capacidad para cambiar el futuro de la ciencia), Köhler observó cómo Sultán unió dos cañas huecas para alcanzar unos plátanos que estaban fuera de su alcance.
Fue ese gesto el que abrió la mente de los científicos a una nueva dimensión: la construcción de herramientas no era competencia exclusiva de los humanos.
Esos chimpancés estuvieron en Tenerife entre 1913 y 1920. Ahora, un siglo después (y tras varios años indagando y escribiendo artículos sobre aquella epopeya), Virués-Ortega está dirigiendo un documental. La tarea le ha llevado al Museo de Ciencias Naturales de Berlín, a la Sociedad de Filosofía de Estados Unidos (en Filadelfia) y, por supuesto, a las Islas Canarias.
Según expone el investigador, su curiosidad se despertó cuando tuvo la oportunidad de visitar el edificio donde vivía la familia germana. Esto, a su vez, le llevó a recuperar las filmaciones originales. “En aquella época había mucha polémica sobre lo que los animales podían o no podían hacer y Köhler decidió que lo iba a filmar, algo inédito para la época”, comenta Virués-Ortega.
La elección de Canarias no fue arbitraria: las islas están en lo que era una ruta comercial habitual de barcos que salían de África Occidental hacia Europa. A eso hay que sumarle que el comercio no solo era de bienes, sino también de vidas. Era, por tanto, el itinerario que seguían los chimpancés y gorilas que llegaban a los zoológicos del viejo continente.
Por esa ruta había llegado el primer gorila a Europa en 1876. Se llamaba Mpungu, tenía dos años cuando fue capturado por una expedición alemana. Solo sobrevivió un año en el zoo de Berlín.
En aquellos tiempos, “era una práctica habitual cazar ejemplares jóvenes para poder rentabilizarlos más tiempo”, sostiene el psicólogo. Y agrega que, a esas edades, para llevarse a la cría debían acabar con la madre, “que no las hubiese soltado”.
En su mayoría, los chimpancés que llegaron a Tenerife tenían apenas dos o tres años, porque los científicos querían asistir al desarrollo de su ‘conducta natural’ sin influencia externa, lo que les permitiría ver el resultado del aprendizaje.
Pero la ‘conducta natural’ de un animal social, como los primates, se altera notablemente cuando se encuentra en aislamiento y eso puede afectar los resultados de los ensayos.
Virués-Ortega considera que, efectivamente, “los chimpancés sufrieron un trauma por el viaje, el alejamiento de su clan (donde tienen relaciones muy fuertes)” y, de hecho, cuando los juntaron en cautiverio, “hubo muchos conflictos entre ellos”, que, entre otras cosas, se tradujeron en palizas a la adulta mayor. “Hubo que separarlos, hasta que Sultán mostró jerarquía y la aceptaron”, asegura el documentalista, que intuye que “el contacto con los humanos también debió de influir mucho”.
Gestalt en primates no humanos
Köhler aplicó la técnica gestáltica a su investigación. Esta se basa en la experiencia del individuo y en integrar los aspectos emocionales, cognitivos y conductuales. El experto alemán no solo filma las sesiones, también escribe más de mil páginas a lo largo de los siete años, las que hoy resultan fundamentales para el trabajo de Virués-Ortega.
“Fueron los primeros análisis que sirvieron para definir la naturaleza humana y lo que compartimos con los chimpancés —expone el investigador español— Ya existían investigaciones previas, pero su estudio es el más ambicioso. Köhler crea un corpus: no solo indaga en temas cognitivos o de conducta, sino también de percepción, de agudeza visual y asuntos veterinarios, ya que los tenía que cuidar”.
Hemos evolucionado mucho desde aquellos tiempos en que ni se mencionaban los derechos a investigar en primates no humanos. De hecho, Nueva Zelanda —el país donde reside Virués-Ortega— fue el primero en prohibir los ensayos con estos animales, en 1999. En la Unión Europea, existe la directiva 2010/63/EU, que también impide este tipo de estudios. Y la semilla que pudo provocar estos cambios había llegado de la mano de Sultán.
Aquel experimento en el que Sultán unía dos cañas para alcanzar un plátano es un ejemplo de uso y construcción de herramientas que no se había documentado en otra especie, y menos como ocurrencia espontánea. “Nadie le había enseñado a hacerlo”, refuerza el psicólogo. “Pero lo curioso es que, en ese primer momento, Köhler no estaba allí” o sea que él observaría “las repeticiones”, aunque el comportamiento “fue muy difícil de replicar con otros chimpancés”.
Quien sí presenció el experimento fue un colaborador español llamado Manuel Gonzalez y García. Se trataba de un hombre de la zona que se había ganado la confianza de la familia alemana, después de que el investigador principal y su mujer, Thekla Achenbach, hubieran sido atacados por los animales.
De él se sabe muy poco, ya que únicamente dos personas lo entrevistaron antes de su muerte, en 1976, pero “contaba que él les daba los palos a los chimpancés para que jugaran, o que Köhler nunca estaba con ellos”, según los testimonios recogidos por Virués Ortega.
Darwin bajo sospecha
Cuando llegó la Primera Guerra Mundial, pese a que los experimentos continuaron, el clima de la isla ya no fue idílico para los Köhler. Al científico se le acusó de espionaje, de construir una radio y de llevar suministros a los submarinos nazis. La reacción de Köhler fue de divertida ignorancia.
El 15 de julio de 1914, en una carta al físico Hans Geitel relata: "No un español sino un inglés ha logrado difundir el rumor de que los simios son únicamente un pretexto para que nos dediquemos al espionaje ¡Quizás un Zeppelin podría aterrizar aquí! Mientras tanto, nadie se lo toma en serio”.
Nunca se pudo probar nada, pero aquella campaña fue algo que lo condicionó. “Köhler fue muy perseguido”, confirma el documentalista. En efecto, el científico alemán “no salía de su casa porque temía ser arrestado”, a lo que hay que sumar lo que publicaban los medios. “Era una prensa sarcástica y también muy católica, y el hecho de que el alguien estuviera intentando probar la teoría de Darwin era motivo de burla. Sin embargo, en el pueblo lo querían, porque, al tener nociones de medicina, curaba a la gente”, asevera.
Köhler consiguió eludir las acusaciones, pero, en 1920, la situación política y una histórica devaluación del marco alemán obligaron al cierre de la estación de investigación. Volvió a Alemania con los chimpancés, pero los animales no sobrevivieron mucho más y, tres años después, habían muerto todos.
Virués-Ortega ha estudiado ese viaje de retorno y el contrato con la Academia Prusiana de Ciencias, donde se estipulaba que los chimpancés irían al zoo de Berlín para hacer la autopsia. En ese zoológico, el equipo de producción de la película rastreó los documentos originales y los restos de dos chimpancés, consistentes en un cráneo y el esqueleto de la hembra mayor, Tschego.
Actualmente, el psicólogo español y sus colegas colaboran, además, con Tomàs Marquès, un experto en genética de chimpancés que ha desarrollado una metodología genómica para identificarlos. Esto les permitirá averiguar con más precisión cuál es la región de origen de los chimpancés de Tenerife.
“El objetivo es contar el legado de Köhler en España”, explicita el investigador, aunque se trate de una historia, a su juicio “un poco truculenta”. Virués-Ortega señala que “los dueños actuales de la finca son los mismos que se la alquilaron al investigador alemán y, al ver que les podían quitar la finca porque tenía una declaración histórica, crearon una sociedad-pantalla, cuyos administradores aparecen en los Panamá Papers, lo cual hace que sea imposible localizarlos”. Hoy, “este patrimonio esté en situación de abandono”, amplía.
Después de su regreso a Alemania, Köhler sigue publicando sus investigaciones y se transforma en una figura relevante en Europa, pero la llegada de los nazis al poder lo lleva a establecerse en Estados Unidos, donde ejerció como profesor durante más de 20 años y se convirtió en uno de los 50 psicólogos más citados a nivel global. Sus hallazgos cambiaron nuestra visión sobre nuestros parientes evolutivos más cercanos.
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