Más infelices, pero menos solos: así influye el uso de internet en el bienestar de los españoles
En los últimos años, el análisis del bienestar ha cobrado gran relevancia. Se ha generalizado el uso de medidas que van “más allá del PIB (Producto Interior Bruto)” y que cuestionan la idoneidad de este parámetro como indicador de bienestar
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Ana Suárez Álvarez, Universidad de Oviedo y Maria R Vicente, Universidad de Oviedo
El modo de pensar, de entender la economía y el progreso social están cambiando: el principal objetivo ya no es tanto el crecimiento económico como impulsar una economía centrada en las personas, que busque incrementar su calidad de vida.
En consecuencia, las percepciones que tienen los propios ciudadanos de su nivel subjetivo de satisfacción están adquiriendo mayor preeminencia frente a las medidas objetivas y de carácter agregado, como el citado PIB, la tasa de empleo o el acceso a la atención médica. Al fin y al cabo, las primeras no solo reflejan de manera más realista cómo se encuentran las personas, sino que además son más inclusivas y sensibles hacia los grupos minoritarios.
Al mismo tiempo, las tecnologías digitales cobran cada vez más importancia en nuestras vidas, en un momento en el que la sociedad está atravesando una importante transición digital. Esta transición se refiere a los efectos económicos y sociales derivados de la integración de este tipo de tecnologías en todos los aspectos de nuestra vida (comunicación, ocio, trabajo, educación, etc.). Y que, en última instancia, afectan a nuestro bienestar.
El peso de la tecnología en la calidad de vida
En este contexto, nace nuestro proyecto de investigación E-WELLBEING. Financiado por fondos Next Generation EU, su objetivo es analizar la relación entre las tecnologías digitales, especialmente internet, y el bienestar de los ciudadanos europeos.
La primera publicación científica de este proyecto se circunscribe al caso de los españoles y ha sido difundida en Humanities and Social Sciences Communications. Para realizar el trabajo, utilizamos microdatos extraídos de la Encuesta Social Europea (ESS). Dicha información se corresponde a los años 2016 y 2018, con una muestra de 3 614 observaciones, y permite usar una gran variedad de variables.
La encuesta incluía cinco preguntas que nos permiten evaluar los niveles subjetivos de bienestar en varias dimensiones. Dos cuestiones medían la felicidad y satisfacción vital, mientras que las otras tres puntuaban la vida social. Esta se concretaba en la frecuencia con la que el encuestado se reunía con amigos, familiares o compañeros de trabajo; el número de personas con las que podía hablar de asuntos personales e íntimos; y, por último, el nivel de participación en actividades sociales en comparación con la gente de su misma edad.
Para realizar el análisis, también se tuvo en cuenta si los entrevistados usaban internet (o no), el tiempo que le dedicaban y los efectos de este sobre su nivel percibido de bienestar.
Luces y sombras del uso de internet
Los resultados arrojan una primera conclusión: la influencia de internet depende tanto de las características socioeconómicas de las personas (nivel educativo, edad, lugar de residencia…), como de la dimensión de bienestar analizada.
En términos generales, nuestro estudio indica que quienes sufren apuros económicos o financieros, problemas de salud o discapacidad son menos felices y tienen una vida social menos activa, como cabría imaginar. Por el contrario, aquellos que viven en pareja, en ciudades pequeñas o en entornos rurales, así como los mayores de 60 años, muestran mayores niveles de bienestar y de socialización (a excepción de quienes viven en pareja, con una vida social más reducida).
Cuando ponemos el foco en los efectos de internet, los encuestados que hacen un uso más intensivo también experimentan menores niveles de satisfacción vital y felicidad y menos encuentros presenciales con amigos, familiares o compañeros. Sin embargo, y esto es interesante, afirman contar con más personas para hablar de asuntos íntimos y participar más a menudo en actividades sociales en comparación con individuos de su misma edad. Eso sugiere un efecto de sustitución de las interacciones presenciales por las virtuales.
Además, observamos que el uso de la Red mejora el bienestar de los más mayores. En este grupo de población, quienes pasan más tiempo on-line gozan de una mayor participación social en comparación con las personas de su misma edad que se conectan menos y, en general, con las personas jóvenes.
Por último, en el caso de las personas con discapacidad, pasar más tiempo en internet está asociado con una menor frecuencia de encuentros presenciales. Esto parece sugerir que el efecto de sustitución de las interacciones en persona por las virtuales es más acusado para este colectivo.
En resumen, los resultados muestran que el uso intensivo de internet ejerce un efecto negativo para la felicidad, la satisfacción vital y las reuniones presenciales, pero que favorece las conexiones personales y la participación en actividades sociales. También debemos tener en cuenta que la relación entre el bienestar y el tiempo que nos mantenemos on-line depende, en gran medida, de nuestras circunstancias socioeconómicas.
Ana Suárez Álvarez, Economía Aplicada, Universidad de Oviedo y Maria R Vicente, Profesora de Economía Aplicada, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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