No solo de mamuts vive la prehistoria: anfibios y reptiles nos dan pistas sobre el clima del pasado

Anfibios y reptiles prehistóricos nos dan el parte de temperaturas y precipitaciones, ayudándonos a entender la interdependencia del clima y la evolución humana

No solo de mamuts vive la prehistoria: anfibios y reptiles nos dan pistas sobre el clima del pasado
Foto de Stephanie LeBlanc en Unsplash

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Juan Manuel Jiménez Arenas, Universidad de Granada y Hugues-Alexandre Blain, Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social (IPHES)

Las representaciones gráficas de la prehistoria están dominadas por colosales bestias, grandes mamíferos que convivieron con los seres humanos del pasado. Mamuts, rinocerontes, uros, leones de las cavernas, hienas gigantes… han acaparado nuestra atención.

Sin embargo, junto a ellos vivían otros seres de menor tamaño como sapos, lagartos y culebras que resultan claves para interpretar el clima de los tiempos pretéritos. De hecho, podríamos considerarlos verdaderas estaciones meteorológicas del Pleistoceno, una época que abarca desde hace 2,6 millones atrás hasta hace 12 000 años y que se caracteriza por profundos cambios climáticos.

¿Por qué los anfibios y los reptiles?

Hay varias razones por las que estos seres vivos son importantes marcadores climáticos. Nos centraremos en dos. La primera es que hablamos de “animales de sangre fría” (ectotermos). Esto significa que no pueden mantener una temperatura estable mediante fuentes de calor internas y, por consiguiente, dependen en gran parte del clima para su termorregulación. La segunda, que anfibios y reptiles que acompañaron a las poblaciones más antiguas del continente europeo no se han extinguido de forma masiva, tal como sí ocurrió con la mayoría de los mamíferos. Las especies actuales son, grosso modo, las mismas que encontramos en los yacimientos de Orce (al norte de la provincia de Granada) hace 1,5 millones de años.

Por tanto, sabiendo dónde habitan en la actualidad, podemos hacer cálculos de las condiciones climáticas actuales y trasladarlas a épocas remotas. Por eso es tan urgente encontrar los restos de estos pequeños bichos. ¿Pero cómo, si son milimétricos?

Del yacimiento, hasta el sedimento

La imagen típica de una excavación arqueológica es la de un grupo de personas, brochas en ristre, levantando la tierra que esconde los rastros de las actividades humanas, así como los restos de otros animales. No obstante, si acompañamos un buen rato a los profesionales que trabajan en los yacimientos prehistóricos, veremos que el sedimento no se desecha: se guarda en sacos, perfectamente etiquetados con información sobre el lugar de donde han sido extraídos.

En el caso del ProyectORCE, este material se traslada al río, donde es lavado y tamizado, eliminando buena parte de la fracción estéril. Con posterioridad, ya en el laboratorio, se separa el grano de la paja; esto es, se seleccionan los minúsculos huesos y dientes de los animales más diminutos, que son clasificados por los paleontólogos de microvertebrados.

La tarea de identificar estos restos es tan ardua que hay un especialista por cada grupo taxonómico: ratones, peces, anfibios, reptiles, aves, etc.

Atlas, mapas y estaciones meteorológicas

Lo primero que se tiene en cuenta para estimar el clima a partir de anfibios y reptiles es situar dónde viven en la actualidad. Y para ello se recurre a pormenorizados atlas de distribución. Es importante tener en cuenta que se trabaja con conjuntos de especies. Cuantas más especies, más solidos serán los resultados y más completa será la imagen que construiremos.

Ahora bien, la reducción de especies en un determinado período también puede ser un indicador ecológico. Concretamente, sería un indicador de condiciones climáticas frías y secas, poco favorables para la presencia de estos animales.

Junto a los atlas, utilizamos herramientas de SIG (sistemas de información geográfica), que proporcionan un conocimiento más preciso sobre la distribución de las diferentes especies, lo que contribuye a construir escenarios más exactos.

Por último, se recurre a los datos climáticos recopilados durante un intervalo de treinta años en las estaciones meteorológicas localizadas en las áreas actuales de distribución de los anfibios y reptiles.

El valor de las especies “exclusivas”

En el mundo de los anfibios y los reptiles hay especies que son capaces de vivir en diferentes condiciones ambientales (generalistas) y otras especialistas que son más “exclusivas” en sus costumbres. Estas últimas desempeñan un papel clave porque acotan –y mucho– el rango de distribución de los conjuntos de anfibios y reptiles.

En Orce se han encontrado tanto ranas verdes (Pelophylax perezi) como ranas arbóreas (Hyla sp.). Las primeras se distribuyen prácticamente por toda la península ibérica y presentan un alto grado de tolerancia a diferentes condiciones climáticas.

Ophisaurus. Flickr, CC BY-ND

Por el contrario, las segundas se encuentran en áreas relativamente húmedas de la “piel de toro”, indicando que el clima en Orce durante el Pleistoceno Inferior era más lluvioso que en la actualidad.

También se han hallado especies que actualmente no viven en la península ibérica. Entre ellas, el Ophisaurus, un lagarto sin patas que se considera un signo de condiciones más “tropicales”, porque la mayor parte de las especies actuales se encuentran el sureste asiático. Pero también el sapo verde (Bufotes viridis) que se distribuye hoy día desde el este de Francia hasta el sur de Mongolia y por el norte de África.

El tiempo en Orce hace 1,5 millones de años

Para la última parte del trabajo nos trasladamos a los yacimientos que presentan las evidencias de presencia humana más antiguas de la parte occidental de Europa: Barranco León y Fuente Nueva 3. Ambos situados en el municipio de Orce.

Lo primero que captó la atención al estudiar los conjuntos de anfibios y reptiles de estos yacimientos fue que la estructura del clima era similar al actual. Así, las condiciones meteorológicas con las que lidiaron los primeros humanos que hollaron la península ibérica fueron de tipo mediterráneo. Por tanto, nuestros antepasados tuvieron capacidad para vivir en un clima diferente al de su lugar de origen, el este de África, donde predominaba el clima tipo sabana.

Ahora bien, el conjunto de anfibios y reptiles definido en Barranco León, donde tenemos las evidencias de la primera presencia humana en el continente europeo (1,46 millones de años), destaca por la presencia de especies “exclusivas”: rana arbórea, sapo verde y, sobre todo, Ophisaurus. A partir de aquí, los cálculos de parámetros climáticos apuntan a una mayor pluviosidad –767 mm frente a 437 mm en la actualidad–, y a una temperatura media anual más elevada –16,8 ℃, unos 3,9 °C más alta que hoy día–. Los inviernos eran particularmente tibios y los veranos muy secos, al igual que ahora.

En Fuente Nueva 3, cuya cronología es más reciente (1,2 millones de años), desaparecieron las especies “exóticas”, dejando solos a los taxones más generalistas, lo que es un claro indicador de un clima diferente respecto a Barranco León y más parecido al actual. Concretamente, las precipitaciones anuales se redujeron a 618 mm y la temperatura durante un año fue 2,1 °C más fría. Lo que no cambió fue el fuerte estiaje típico del clima mediterráneo.

En Venta Micena no consiguieron instalarse

Los anfibios y los reptiles nos indican que los primeros pobladores de la península ibérica tuvieron capacidad para adaptarse a diferentes condiciones climáticas. Ahora bien, ¿había límites para la presencia humana? Parece que sí. En el yacimiento de Venta Micena (1,6 millones de años), donde llevamos excavando desde 2013 y no hemos encontrado evidencias humanas, el polen de las plantas y otros indicadores señalan que el clima fue sensiblemente más seco y frío. No sabemos cuánto porque, de momento, se han hallado muy escasos restos de nuestros pequeños protagonistas. Pero todo se andará.

Mariano Medina, Pilar Sanjurjo, Albert Barniol o Himar González se han encargado de pronosticar el tiempo en nuestras pantallas. Las ranas y los sapos, las culebras y los lagartos nos están revelando el tiempo del pasado. Y con él, ayudándonos a entender la dependencia del clima que tenemos los humanos.

No lo perdamos de vista. No lo neguemos.The Conversation

Juan Manuel Jiménez Arenas, Profesor Titular del Departamento de Prehistoria y Arqueología / Instituto Universitario de la Paz y los Conflictos, Universidad de Granada y Hugues-Alexandre Blain, Investigador en Paleoherpetologia, Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social (IPHES)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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