Primero los hongos y ahora los virus: el cambio climático pone a los anfibios contra las cuerdas
El declive generalizado de los anfibios es una de las facetas más preocupantes de la actual crisis de la biodiversidad
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Jaime Bosch, Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (Universidad de Oviedo - CSIC) y Barbora Thumsová, Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (Universidad de Oviedo - CSIC)
Hasta 200 especies podrían haberse extinguido en las últimas décadas, y varios centenares más, quizás miles, están amenazadas en todo el mundo.
Pero lo más preocupante es que la degradación del medio natural no se limita ya solo a la acción directa del ser humano. La alteración es tan profunda que ni siquiera las áreas protegidas ni los rincones más remotos del planeta están a salvo. Así, el calentamiento global está provocando cambios drásticos en el medio y alterando, entre otras muchas cosas, las relaciones íntimas entre los anfibios y sus parásitos.
Pese a su aparente fragilidad, los anfibios son organismos altamente exitosos. Han colonizado prácticamente todos los medios y han divergido extraordinariamente adoptando soluciones increíbles que les han permitido sobrevivir a los grandes cambios que ha experimentado la Tierra en millones de años. Por lo tanto, el hecho de que su supervivencia esté en juego en la actualidad debería hacernos reflexionar sobre el impacto real al que estamos sometiendo a nuestro planeta.
Nuevos y viejos enemigos
Hasta hace poco pensábamos que los peores enemigos siempre venían de fuera y, tras la experiencia del coronavirus, todos aprendimos que la globalización permite que un patógeno de zonas remotas colonice el mundo entero rápidamente.
Algo similar les ocurrió a los anfibios hace más de un siglo, aunque tardamos muchas décadas en darnos cuenta. Cuando en 1997 observamos los primeros anfibios muertos en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, en Madrid (España), nadie en el mundo sabía cuál era el problema. Y desde luego no teníamos ni idea de lo que se nos venía encima.
Nos llevó muchos años entender cómo era posible que un hongo quitridio originario del sureste asiático hubiese colonizado el mundo entero y provocado la extinción de centenares de poblaciones y especies de anfibios.
Ahora, la pesadilla se repite, pero los actores y las circunstancias son diferentes. Ahora no se trata solo de un hongo patógeno, ni tampoco el problema se reduce solo a las nuevas introducciones, sino que también otros patógenos que podrían llevar aquí miles de años pueden resultar letales para los anfibios.
Los virus del género Ranavirus están en todo el mundo y, como cualquier patógeno que entre en contacto bruscamente con un nuevo hospedador, son capaces de provocar mortalidades masivas y declives poblacionales. Lo vimos en el Parque Nacional de los Picos de Europa en 2005, cuando observamos los primeros anfibios muertos y comprobamos que, al contrario de lo que estábamos observando en toda España, el hongo quitridio no era el agente causal.
Nuevas y preocupantes sorpresas
Recientemente, hemos analizado en profundidad 15 brotes de mortalidad de anfibios por ranavirus sucedidos en España desde los años 80.
En varios de los casos estudiados, los ranavirus que encontramos eran, claramente, introducidos, y podrían haber llegado mediante peces liberados en el medio natural cuando pasaron a ser mascotas indeseadas.
Sin embargo, en otros muchos casos de ranavirosis, los análisis genéticos indicaron que los virus responsables podrían ser originarios de la Península ibérica y, por tanto, debería existir una causa externa que hubiese provocado su emergencia.
En efecto, cuando analizamos las tendencias de las temperaturas durante las últimas cuatro décadas en las poblaciones afectadas, comprobamos que la aparición de los primeros anfibios muertos se correspondía con una subida drástica de la temperatura.
El caso de rana pirenaica
Uno de estos episodios de mortalidad afectó a una especie y a un área emblemáticas para la conservación de la naturaleza de España: la rana pirenaica (Rana pyrenaica) y el Parque Nacional de Ordesa. Esta especie se diferenció ocupando las aguas frías y corrientes de áreas de montaña, y es una de nuestras joyas ibéricas con una distribución geográfica más reducida y uno de los futuros menos halagüeño.
El aumento de la temperatura y la escasez de lluvias en áreas de montaña no presagia un futuro alentador para la especie, pero los brotes de ranavirosis podrían llevar a la especie a la extinción.
El desafío es importante: ya no solo se trata de preservar sus poblaciones, controlando el exceso de visitantes, la carga ganadera y las prácticas deportivas en su medio, sino que necesitamos paliar la incidencia de las enfermedades emergentes provocadas por la subida de las temperaturas.
La solución no es sencilla, pero estamos trabajando en ello: investigando métodos de tratamiento de la enfermedad con un proyecto del Organismo Autónomo Parques Nacionales, y poniendo en marcha un programa de cría en cautividad del Gobierno de Aragón.
Las enfermedades emergentes son una amenaza creciente para la biodiversidad. El cambio climático y, en general, el cambio global, exigen actuaciones a todos los niveles. El control del movimiento de especies y mercancías y la adopción de medidas para frenar el aumento de la temperatura son retos globales inaplazables, pero también lo son el desarrollo de métodos paliativos y las actuaciones locales para salvaguardar determinadas poblaciones y especies.
Jaime Bosch, Investigador científico, Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (Universidad de Oviedo - CSIC) y Barbora Thumsová, Estudiante de doctorado, Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (Universidad de Oviedo - CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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