Una de cada once personas sufre hambre en el mundo

Un informe publicado por Naciones Unidas muestra que 733 millones de personas, equivalentes al 9,1 % de la población mundial, están afectadas. Aunque esta cifra se ha mantenido estable en los últimos tres años, sigue por encima de la registrada antes de la pandemia y representa un aumento de 152 millones desde 2019

Una de cada once personas sufre hambre en el mundo
Foto de Siegfried Poepperl en Unsplash

Tiempo de lectura estimado: 6 minutos


Fuente: Acción Contra el Hambre
Derechos: Creative Commons.

El número de personas que sufren hambre en el mundo es de 733 millones, lo que representa el 9,1% de la población mundial, según el informe El Estado de la Seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo publicado por Naciones Unidas. Este número se ha mantenido constante en los últimos tres años, pero aún supera las cifras anteriores a la pandemia por covid.

Desde 2019, el número de personas que padecen hambre ha aumentado en 152 millones. Este año, África reemplazará a Asia como la región con más de la mitad de las personas desnutridas del mundo. De hecho, el hambre en el continente africano crece a un ritmo alarmante y actualmente afecta a una de cada cinco personas.

La inseguridad alimentaria moderada o grave en el continente es casi el doble de la media mundial. En las regiones de América Latina y el Caribe se han registrado avances en la lucha contra el hambre, mientras que en Asia el hambre se ha mantenido relativamente estable.

Una cuestión social

“El hambre es una crisis provocada por personas y la solución también puede venir de la mano de las personas. No hemos avanzado lo suficiente debido a la crisis climática, la desigualdad crónica y los conflictos, que siguen causando inseguridad alimentaria y falta de acceso a una alimentación adecuada en muchas partes del mundo”, señala Amador Gómez, director de investigación e innovación de Acción Contra el Hambre.

“Debemos redoblar nuestros esfuerzos en la prevención, fortaleciendo sistemas alimentarios sostenibles, reduciendo la desigualdad y mejorando el acceso humanitario a las comunidades afectadas por conflictos”, añade el experto de la ONG.

El informe también señala que 2,8 mil millones de personas no pueden permitirse dietas saludables. Además, la prevalencia de anemia en mujeres de 15 a 49 años ha aumentado, y afecta casi al 30 % de ellas en todo el mundo, lo que equivale a 571 millones.

“Es fundamental prevenir el hambre abordando los factores políticos que la impulsan, incluidos los conflictos, el cambio climático y la desigualdad de género. Necesitamos fortalecer la producción local de alimentos y abordar las consecuencias de la volatilidad de los mercados, para garantizar el acceso a los insumos agrícolas y a los alimentos nutritivos”, destaca Manuel Sánchez-Montero, director de Incidencia y Relaciones Institucionales de la organización.

“Es necesario acelerar la acción climática, garantizando que las comunidades menos responsables de esta crisis reciban los fondos para adaptarse. También debemos cambiar las normas sociales y leyes que hacen que mujeres y niñas sean las últimas en comer y las que menos reciben. Los gobiernos deben implementar políticas y asignar presupuestos para lograrlo”, continúa Sánchez-Montero.

Necesidad de financiamiento

El tema del informe SOFI de este año, también elaborado por Naciones Unidas, Financiación para acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición en todas sus formas, pone de relieve la importante insuficiencia de los fondos aportados por la comunidad internacional para la lucha contra el hambre.

De los fondos públicos que se dirigen a cooperación al desarrollo, menos de una cuarta parte van a seguridad alimentaria y nutrición. El déficit de financiación para acabar con el hambre podría ascender a varios billones de euros.

“El año pasado, los países que atravesaban niveles críticos de hambre recibieron solo el 65% de lo que necesitan para sus planes de respuesta humanitaria. Prevenir el hambre tiene un efecto multiplicador, ya que disminuye los costes económicos y sociales en el futuro. Además, ayuda a que las comunidades sean más fuertes y mejor preparadas para enfrentar futuras crisis”, explica Amador Gómez.

“Por ello, es crucial que los gobiernos y los donantes prioricen estrategias que refuercen los sistemas locales y que aseguren un apoyo financiero que sea tanto flexible como duradero”, concluye.

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