Cómo impactaron los confinamientos de 2020 en la salud de tres ciudades europeas
Un nuevo estudio revela que los efectos positivos de esta medida, dada la disminución de la contaminación atmosférica y el ruido, no compensarían las consecuencias negativas de la caída en los niveles de actividad física si los encierros se hubiesen mantenido durante doce meses.
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El confinamiento decretado en marzo de 2020 como consecuencia de la pandemia de la covid-19 dio lugar a descensos en los niveles de contaminación del aire, ruido y actividad física en las ciudades totalmente insólitos hasta la fecha.
Las consecuencias de estos cambios para la salud de las personas variaron en función de la rigidez de los encierros de cada lugar y del contexto local, lo que ha proporcionado datos valiosos sobre cómo las medidas de emergencia pueden afectar a la población.
Un estudio publicado en Environmental Pollution y liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación “la Caixa”, ha tratado de dar respuesta a qué lecciones se pueden extraer de aquello para futuras políticas de planificación urbana y de preparación ante emergencias.
Tres ciudades europeas
Para establecer las comparaciones, el equipo de investigación seleccionó tres ciudades europeas con distintos grados de confinamiento: Barcelona, donde se decretó un confinamiento estricto; Estocolmo, donde las medidas fueron mucho más laxas y sujetas a la responsabilidad y el “sentido común” individuales; y, por último, Viena, que contó con unas reglas intermedias.
Para cada una de las tres urbes, recopilaron o estimaron datos relativos a la contaminación del aire, ruido y actividad física de tres momentos distintos en el tiempo: antes de la pandemia, durante el confinamiento más estricto y en el período de desconfinamiento posterior.
En un primer paso, el equipo calculó las diferencias entre los niveles prepandémicos y pandémicos de las exposiciones ambientales y comportamientos de salud mencionados. En un segundo paso se compararon con datos de los sistemas sanitarios y se tradujeron en cuántos diagnósticos anuales de infartos de miocardio, ictus, depresión y ansiedad podrían haberse evitado o bien producido de manera adicional en cada ciudad si los cambios en la contaminación atmosférica, el ruido, la actividad física y las visitas a espacios verdes se hubieran prolongado durante un año.
Hasta un 95 % menos de actividad física
La primera conclusión del trabajo corroboró que el grado de rigidez de las medidas de confinamiento decretadas estaba directamente relacionado con la disminución registrada en las exposiciones y comportamientos estudiados.
Así, la ciudad con un confinamiento más duro, Barcelona, fue también la que registró mayores descensos con respecto los niveles prepandémicos de contaminación atmosférica, ruido, actividad física y visitas a espacios verdes. Concretamente, durante el primer confinamiento las concentraciones de dióxido de nitrógeno (NO2) cayeron un 50 % de media, los niveles de ruido diarios se redujeron en 5 decibelios (dB (A)) y la actividad física disminuyó en un 95 %.
En Viena, la contaminación por NO2 cayó en un 22 %, y la media diaria de ruido se redujo únicamente en 1 dB (A), mientras que la actividad física decreció en un 76 %. En lo que respecta a Estocolmo, los niveles de NO2 cayeron un 9 %, la media diaria de ruido se redujo en 2 dB (A) y la actividad física cayó un 42 %.
La actividad física, determinante
Una vez cuantificadas las variaciones registradas en cada urbe con respecto a la etapa de prepandemia, el equipo calculó el impacto que cada uno de estos cambios tendría sobre la salud. Para ello, se basaron en evidencias de estudios previos que establecieron relaciones entre cada una de las exposiciones y comportamientos estudiados y diversas enfermedades cardiovasculares y trastornos mentales.
Por último, con el fin de que se reflejase la verdadera magnitud que los cambios estudiados podrían tener a largo plazo, se simuló con ayuda de un modelo de datos el impacto que el confinamiento hubiese tenido en caso de haberse extendido durante todo un año.
El análisis puso de manifiesto que la actividad física es el factor con un mayor impacto sobre la salud. De esta manera, una hipotética extensión del confinamiento estricto en Barcelona durante todo un año se habría traducido en un incremento del 10 % en los ictus e infartos de miocardio y en aumentos respectivos del 8 y del 12 % en los diagnósticos de depresión y ansiedad, como consecuencia del descenso generalizado de la actividad física.
La reducción de la actividad física en Viena durante todo un año, a su vez, habría podido conducir a un aumento del 5 % de la incidencia anual de ictus e infartos de miocardio, así como repuntes del 4 y del 7 % en los diagnósticos de depresión y ansiedad, respectivamente.
Incluso en Estocolmo, la ciudad con el descenso más leve en los niveles de actividad física, se habrían producido efectos negativos para la salud en caso de que la situación hubiese durado un año. El modelo estimó incrementos del 3 % en las incidencias respectivas de ictus e infartos de miocardio, de un 2 % en los diagnósticos de depresión y de un 3 % de los casos de ansiedad.
“Esto nos aporta lecciones para el futuro para saber cómo se pueden hacer medidas con un buen balance riesgo-beneficio. Se trata de un ejemplo de cómo una intervención en salud pública tiene consecuencias poblacionales. Incluso cambios pequeños a nivel individual en actividad física, al ser llevados a gran escala, pueden tener efectos poblacionales en salud enormes”, señala Pedro Gullón, epidemiólogo y médico especialista en medicina preventiva y salud publica, en declaraciones al Science Media Centre (SMC) de España.
Contaminación y ruido
La lectura positiva de los datos proviene de los descensos registrados en la contaminación atmosférica y acústica. Se estima que, en caso de haberse sostenido durante todo un año la reducción en las concentraciones de NO2 registradas durante el primer confinamiento, en la ciudad de Barcelona se habrían podido prevenir un 5 % de los infartos de miocardio, un 6 % de los ictus y un 11 % de los diagnósticos de depresión.
En Viena, los descensos estimados serían del 1 % para ictus e infartos de miocardio y del 2 % para los casos de depresión. En Estocolmo únicamente se observaría un efecto y sería positivo: la prevención del 1 % de los diagnósticos de depresión.
Igualmente, el impacto que las mejoras en los niveles de ruido habrían tenido a largo plazo en Barcelona se estima en la prevención de un 4 % de los infartos de miocardio anuales, un 7 % de los ictus y un 4 % de las depresiones diagnosticadas. En Viena se habría podido reducir un 1 % la incidencia de infartos de miocardio, ictus y depresiones. Y, por último, para Estocolmo se calcula una reducción del 2 % en los diagnósticos de infartos de miocardio y depresiones y del 4 % de ictus.
“Pese a las diferencias observadas en las tres ciudades, hay un patrón que se repite. Los beneficios de salud que derivarían de la mejora de la calidad del aire y del ruido no lograrían compensar los efectos profundamente negativos de la caída en los niveles de actividad física”, resume Sarah Koch, investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio.
Mark Nieuwenhuijsen, director del programa de Contaminación atmosférica y entorno urbano del ISGlobal indica que: “En términos de salud urbana, los confinamientos y desconfinamientos posteriores nos brindaron la posibilidad de generar pruebas muy valiosas y de entender cómo este tipo de estrategias de emergencia pueden tener impactos más amplios para la salud de la población”.
“Los resultados de nuestro estudio muestran los beneficios que se podrían obtener si se aplican políticas de planificación urbana que permitan reducir notablemente la contaminación del aire y el ruido y, al mismo tiempo, fomenten la actividad física y el contacto con espacios verdes”, subraya el experto.
Sin embargo, el estudio tiene ciertas limitaciones. “Los resultados son sólidos y de calidad, aunque las personas autoras del artículo reconocen algunas limitaciones importantes. Creo que las principales limitaciones tienen que ver con (1) el uso de datos de Google para medir la actividad física, que pueden no ser representativos de la población; (2) que los modelos que usan asumen que un confinamiento durante 12 meses hubiese sido igual que las 10 semanas que estuvo aplicado; (3) que no pueden tener datos sobre cómo esto puede afectar a desigualdades en salud ya existentes o incluso si las pueden estar exacerbando”, concluye Gullón.
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