Cómo llegaron los primeros electrodomésticos a los hogares españoles
Hoy día contamos con estadísticas sobre el consumo de energía en los hogares y sobre electrodomésticos presentes en las viviendas
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Nuria Rodríguez Martín, Universidad Complutense de Madrid y Jesús Mirás Araujo, Universidade da Coruña
Durante el primer tercio del siglo XX, en especial en los años posteriores al final de la Primera Guerra Mundial, se registró en España un considerable incremento del consumo de electricidad. Este avance se vio favorecido por la limitada penetración que había tenido hasta entonces el gas en los hogares, ya fuera para alumbrado, cocina o calefacción. Los abonados al fluido eléctrico se concentraron en las ciudades, y su crecimiento fue impulsado por el progresivo abaratamiento de su precio.
Hoy día contamos con estadísticas sobre el consumo de energía en los hogares y sobre electrodomésticos presentes en las viviendas. Lamentablemente, no tenemos esa información para las décadas anteriores a la Guerra Civil, momento en que los primeros aparatos eléctricos para realizar las tareas domésticas hicieron su aparición.
Por eso, para reconstruir el proceso de electrificación de los domicilios españoles en ese periodo, nos vemos obligados a acudir a otras fuentes documentales.
La publicidad es fuente de luz
Los anuncios impresos insertos en la prensa de aquellos años ofrecen una valiosa información sobre los productos que se comercializaban, cuáles eran los fabricantes y las marcas, su precio o sus características técnicas. También nos hablan de las mentalidades y de la realidad sociológica del momento, así como de los cambios que se operaron en el trabajo doméstico y en las viviendas de las clases pudientes españolas, que se hicieron más cómodas, confortables y agradables para sus moradores con la llegada de los primeros electrodomésticos.
En un primer momento, el consumo eléctrico en los hogares se destinó a la iluminación de las viviendas. Prueba de ello es la proliferación de anuncios de lámparas incandescentes de distintas empresas y marcas, la mayoría de ellas extranjeras, como Nitra, Egmar, Osram, Tántalo, Wotan, Metal, Lámpara Z, Ray y Philips. En su publicidad destacaban siempre la calidad del producto, aludiendo a su resistencia y solidez, y afirmaban ser las de mayor duración y menor consumo de energía.
El gasto en la factura de la luz era una preocupación para la gran mayoría de las familias que podían disfrutarla. Un gran fabricante como Philips se aprovechó –publicitariamente hablando– de esta inquietud, con el lanzamiento en 1932 de una gran campaña a escala nacional titulada “Guerra a la lámpara barata”, que incluía eslóganes como “Un sencillo cálculo prueba que en España se despilfarran más de 10 000 000 pesetas”, “No utilice en su hogar lámparas que devoren corriente inútilmente” y “Las lámparas Philips economizan millones de pesetas en la cuenta nacional de la luz”.
La competencia estimuló el aumento de las inversiones en publicidad y el empleo de nuevas fórmulas para ganarse el favor de los consumidores. Una novedad fue lo que hoy denominamos publicidad social. En 1936 el fabricante de la lámpara Osram lanzó una de estas campañas, que estuvo centrada en la preocupación por la salud ocular, para mostrar que no solo trataba de vender su producto, sino que también se preocupaba por el bienestar de la población.
Para ello, creó el eslogan “Cuide su vista empleando mejor luz”, y se distribuyó gratuitamente por correo un folleto con datos y consejos titulado La buena visión con alumbrado artificial.
Las bombillas fueron uno de los artículos de consumo más publicitados en la España del primer tercio del siglo XX. Pero otros aparatos que funcionaban con electricidad comenzaron a diseminarse por los hogares de las principales ciudades del país en los años veinte y primera mitad de los treinta.
Los electrodomésticos y las tareas
Gracias a la publicidad, muchos españoles se fueron familiarizando con los primeros electrodomésticos lanzados al mercado, tanto de pequeño como de gran formato, que servían para facilitar la realización de las tareas domésticas. Planchas, hornillos, tostadores, teteras, ventiladores, estufas, aspiradores, enceradoras o frigoríficos… y también los primeros aparatos para el ocio casero, como radios, tocadiscos, pianolas eléctricas y hasta pequeños proyectores cinematográficos.
Muchos de estos artículos –en sus diferentes marcas y modelos– estaban fuera del alcance de los presupuestos de gran parte de las familias españolas, dado su elevado precio de venta y los bajos niveles de vida de la época. Pero varios factores hicieron posible la difusión de los electrodomésticos en los hogares, al menos en las mayores ciudades del país.
Primero, el crecimiento económico del país en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, con la consiguiente mejora de las condiciones de vida de la población.
Segundo, la creciente competencia entre fabricantes de artículos eléctricos, que lanzaron al mercado un mayor número de modelos de los distintos aparatos, incluyendo modelos más sencillos con precios más económicos.
Finalmente, las nuevas técnicas comerciales que empezaban a emplearse en los comercios de las grandes ciudades españolas, como las ventas a crédito y la venta a plazos, que facilitaban su adquisición a las familias de las clases medias asalariadas.
Es muy llamativo a este respecto que, en los primeros anuncios de neveras eléctricas, como los de la marca norteamericana Frigidaire, se mencionaran las familias de la aristocracia de Madrid que las habían adquirido. Pero ya a mediados de los años treinta los eslóganes publicitarios revelaban la voluntad de los fabricantes de llegar a un público más amplio. “Un modelo para cada hogar”, se leía en un anuncio de Kelvinator de 1935. Y la marca Crosley, que en 1931 ofrecía seis modelos distintos en un rango de precios de entre 1 490 y 3 250 pesetas, se publicitaba como “Más económica de coste y consumo. Mayor capacidad. Máxima garantía”.
Los primeros aspiradores fueron una gran novedad, promocionados por sus fabricantes como instrumentos eficaces en la lucha contra las enfermedades. Eliminaban “microbios y gérmenes, causantes de enfermedades tan terribles como la tuberculosis, laringitis, gripe y mil más”, según aparecía en un anuncio de Electrolux del año 1923.
También trataban de impresionar al público con tecnicismos: “Evite usted el contagio de la gripe. La epidemia no entrará en su casa si la limpia y desinfecta con el aparato Lux. Capacidad de desinfección: 1 250 litros de aire por minuto. Consumo insignificante. Suprime el polvo, vehículo de los microbios, y según certificado del Laboratorio municipal de París, suprime igualmente el 99 por 100 de las impurezas del aire”.
Entre los electrodomésticos que posteriormente se catalogaron como “línea marrón”, la radio fue el más publicitado en la prensa durante los años veinte y treinta. Para estimular sus ventas, fabricantes y comercios ofrecían las ventas a plazos, además de la prueba de los aparatos sin compromiso por parte del cliente, e incluso el alquiler. Se trataba de llegar al mayor número de consumidores, algo en lo que insistían los anuncios: “Aparatos para todos los gustos y para todos los bolsillos” (Radio RCA, 1933).
Pero no solo se invocaba el ahorro, también se apelaba a las emociones de los posibles compradores con expresivos eslóganes: “Momentos deliciosos”, “Un hogar grato”, “La realización de un ideal"…
Lo que se les estaba ofreciendo a los consumidores no era un aparato para el ocio, sino felicidad, confort, bienestar. En definitiva, la satisfacción de los deseos y aspiraciones de las gentes a través del consumo de productos. Esto anticipaba la aparición de una nueva sociedad más moderna.
Nuria Rodríguez Martín, Profesora Ayudante Doctora de Historia Contemporánea, Universidad Complutense de Madrid y Jesús Mirás Araujo, Profesor Titular de Historia Económica, Universidade da Coruña
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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