Las redes sociales secuestran nuestra atención y nos resignamos a ello
Investigaciones recientes muestran que las redes tienen un poder sin precedentes para influir en los jóvenes, quienes pasan más de 34 horas semanales en plataformas como Instagram, TikTok, WhatsApp y YouTube
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¿Se acuerdan de Matrix o Batman Forever? En estas películas distópicas, los gadgets tecnológicos eran capaces de leer los deseos de la gente, recopilar esa información y, luego, usarla para moldear o predecir el comportamiento futuro de las personas a su antojo.
En ambas historias de ciencia ficción, los villanos lograban adormecer a la ciudadanía, que permanecía conectada de forma perpetua, bien a la televisión, bien a la realidad paralela, sin oponer resistencia. Anestesiada a través del entretenimiento. En la ciencia ficción, los villanos encontraban una fuente de contrapoder, los superhéroes capaces de revelar el secreto y liberar con sus superpoderes a la ciudadanía.
¿Sería posible construir en el siglo XXI un dispositivo de control que adormeciera y controlara los deseos, la libido social y la construcción identitaria de toda una generación de jóvenes? ¿Sería posible hacerlo fuera de la ciencia ficción?
Las investigaciones que hemos realizado en los últimos seis años (2018-2024), con una pandemia de por medio, y cuyos resultados se han publicado en el libro Segrestats per les xarxes (“Secuestrados por las redes”, Eumo Editorial), demuestran que la ciencia ficción se ha quedado corta.
En la historia de la humanidad, jamás ningún poder, ningún canal, ningún producto, ningún servicio, ningún gobierno, había tenido la posibilidad de controlar la información que recibe, los movimientos que hace, los mensajes que envía, y los gustos y los deseos que tiene el 99 % de toda una generación. Ni siquiera las religiones, los imperios de siglos pasados o las grandes estrellas globales asociadas al deporte o a la música habían tenido el poder que hoy tienen las redes sociales.
Los jóvenes (atrapados) en las redes
¿Conocen a alguien de menos de 30 años que no esté pegado día y noche a Instagram, TikTok, WhatsApp o YouTube? En una red social como Instagram, los jóvenes que participaron en nuestros estudios pasan una media de 9 horas a la semana; en WhatsApp, otras 9; en YouTube, más de 7, y en TikTok, casi 9 horas más. En total, más de 34 horas a la semana enganchados a contenido que ni siquiera recuerdan, que pasa por sus pantallas en un scroll infinito y les hace perder la noción del tiempo.
¡34 horas a la semana! Muchos creen que pasan menos tiempo en las redes de lo que realmente invierten en ellas. En las redes, los jóvenes no se informan adecuadamente. Ellos mismos declaran que sus principales redes (Instagram, WhatsApp y TikTok) no son utilizadas como canales de información. De hecho, más de un 54 % de ellos señala que las redes son espacios de desinformación.
Tampoco son espacios de trabajo o de desarrollo de sus estudios, ni plataformas para buscar relaciones sociales. Los jóvenes utilizan las redes sociales siguiendo valores impuestos por las propias plataformas, que solo buscan que pasen más tiempo en ellas. Instagram se usa para compartir fotos y videos con amigos y para ver qué hacen sus contactos en su día a día. WhatsApp se utiliza como un canal de comunicación con amigos y familia, y también para compartir fotos y videos. TikTok y YouTube son plataformas de entretenimiento, curiosidad personal y seguimiento de personas famosas.
¿Y cuál es el problema?
Compartir hasta morir
El primer problema es el cambio de valor social en el universo de la comunicación: si no lo compartes, no existe y, por tanto, no lo has vivido. Este mecanismo es el principal vehículo del secuestro de la atención de los jóvenes. Son esclavos de lo que publican sus contactos, pero, al mismo tiempo, son esclavos de la publicación de su propia vida (y de las reacciones que genera).
Una vida que tiene que ser expuesta para que tenga validez. Por eso los usos principales son eso: publicar, seguir, mirar de lejos. Pero hacerlo de forma exclusiva por estos canales crea dos problemas adicionales (entre muchos otros de salud mental, como la ansiedad, la depresión, el insomnio o los desórdenes alimentarios, que también comentamos en el libro).
El segundo problema es la pérdida de la capacidad de socializar, de dialogar, de interactuar, de empatizar con las personas. La mediación de la pantalla en las relaciones sociales se ha demostrado como causante de un deterioro de habilidades comunicativas de los jóvenes: hasta les da pánico hacer o recibir una llamada telefónica.
Llenar de valor (propio) la red de otros
El tercer problema es alimentar el sistema de dominación desde una perspectiva servil. Porque llenar de valor la red social, de contenidos propios y de datos individuales, solo hace más fácil el trabajo de la plataforma: conocer mejor a sus súbditos para mantener el secuestro. O la esclavitud, pues la juventud trabaja gratis para la plataforma.
Es por esta lógica por la que los jóvenes, cuando empezamos nuestros estudios en 2018, aún eran críticos con la cesión de datos y el dominio de su privacidad por parte de las plataformas. Según las entrevistas grupales que hemos hecho en los últimos años, esta cesión de autonomía, de libertad, de identidad es entendida ahora como una relación quid pro quo. Una simbiosis de la que ambas partes obtienen beneficios.
Si esta es la postura generalizada de los jóvenes respecto de las redes sociales, nos encontramos ante la extinción de las “píldoras rojas” de Matrix, esas que permitían escapar del secuestro y ver la realidad.
Cristina Fernández Rovira, Profesora de Periodismo y Comunicación, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya y Santiago Giraldo Luque, Profesor de Periodismo. Universidad Autónoma de Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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