No ficción, metaficción, autoficción: caras de la ficción literaria

La obra literaria se ofrece, en su aspecto creativo, como un hecho esencialmente imaginativo

No ficción, metaficción, autoficción: caras de la ficción literaria

Tiempo de lectura estimado: 9 minutos


José R. Valles Calatrava, Universidad de Almería

La condición ficcional de la literatura, especialmente de los géneros con mayor presencia de una historia narrativa (dramática y narrativa), se remonta a las primeras reflexiones sobre la misma: ya advertía Aristóteles que el rasgo diferenciador esencial entre la historia y la literatura es que la primera contaba lo que había ocurrido y la segunda lo que podría haber ocurrido.

Recrear y representar

En cambio, en su dimensión mimética o imitativa, el texto literario construye una historia como universo ficcional, como un mundo posible. De manera más realista o más fantástica, en mayor o menor medida, no tanto dobla y reproduce, cuanto representa y recrea el mundo empírico externo con sus elementos y leyes, inventando o transfigurando discursivamente seres, hechos, momentos y lugares.

La construcción verosímil de todo ello, no veraz, pero sí coherente, es un requisito necesario de la obra literaria, incluso en su grado más imaginativo y fantástico (una sirena tiene cola de pez, alas un caballo volador). El pacto implícito autor-lector, por el que el lector concede credibilidad al texto literario que lee, rige y matiza semántica y pragmáticamente esta condición ficcional básica de dicho texto.

Literatura no ficcional

Existe, no obstante, la posibilidad de encontrar obras narrativas cuyo grado de ficcionalidad, elaboración literaria e imaginación y subjetividad autoral es mínimo, predominando al contrario la objetividad y la máxima referencialidad y factualidad, en una configuración casi más próxima al relato histórico o a la noticia periodística extensa que a la literatura.

Al margen de los ensayos científicos, cuando esto se produce en una obra literaria, primordialmente narrativa, cabe hablar de novela factual o de no ficción, noción creada por la crítica anglosajona ejemplificándola en A sangre fría de Truman Capote.

Literatura metaficcional

La metaficción, en cambio, alude a la autorreferencialidad, al procedimiento por el que el texto literario habla de sí mismo en particular o de la literatura en general: su escritura, su género, sus influencias…

Surge con la autoconciencia aportada por la novela moderna y se liga al placer de narrar, la vindicación de la libertad imaginativa y creadora y la incentivación del papel de la interpretación del lector.

Son novelas metaficcionales españolas, El Quijote de Cervantes, Niebla de Unamuno o El amigo Manso de Galdós, entre otras; recuérdese el famoso comienzo de Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino: “Estás empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino Si una noche …”

Con la metaficción se vincula particularmente la metatextualidad característica de la relación entre la obra y su crítica, o bien entre la obra y el entorno editorial interno (prólogo introductorio, epílogo sintetizador, etc.) Cualquier crítica periodística de una novela en un suplemento semanal de un diario o las famosas Anotaciones de Herrera a los poemas de Garcilaso son buenos ejemplos.

Literatura autoficcional

El término de autoficción fue propuesto en su novela de 1977 Hijos por Serge Doubrovsky para designar una autobiografía ficticia. Empleando la fórmula “yo, autor real, os voy a contar una historia protagonizada por mí que nunca tuvo lugar”, en esta modalidad narrativa el autor real se muestra a sí mismo como personaje principal y narrador que relata en primera persona, no obstante, una historia no cierta: el Quijote de Cervantes, por su desdoble como autor de un relato ficcional, ha sido uno de los ejemplos destacados.

La autoficción engarza así con la autobiografía –más que falsa– ficticia, que tiene en España un pronto y excelente exponente en el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita y, más recientemente, en Autobiografía de Federico Sánchez de Jorge Semprún o El jinete polaco de Antonio Muñoz Molina.

El caso paralelo, en el campo de la biografía, que he denominado analógicamente aloficción, sería, pues, el de la biografía ficticia, como la famosa Josep Torres Campalans de Max Aub.

Dos ejemplos españoles contemporáneos

Soldados de Salamina de Javier Cercas fusiona perfectamente los elementos meta y autoficcionales. La novela está basada en un hecho histórico que se transforma en ficción narrativa realista y objetiva: el de la historia y el incidente del falangista Sánchez Mazas.

Pero todos los elementos que remiten a la presencia intratextual del periodista Cercas y de sus entrevistas a Sánchez Ferlosio y Roberto Bolaño, en la primera y tercera parte de la obra, construyen primordialmente el tejido autoficcional en la misma.

Y, en cambio, la trama metaficcional, autorreferencial, de la novela la configura la presencia del escritor Cercas, que quiere escribir un “relato real” sobre Sánchez Mazas, a diferencia de sus dos primeros libros de ficción, y que lo inicia, se interroga sobre aspectos de la obra y el protagonista, sobre su labor escritural, recoge y lee el diario de Mazas, detiene y reanuda la escritura, etc.

También Como la sombra que se va de Antonio Muñoz Molina vincula estos dos elementos. La autoficción se construye desde el imaginario que activa un doble relato novelesco sobre la vida personal y profesional ficcionalizada mediante la trinidad del yo autor-narrador-personaje, principalmente en Lisboa: el recuerdo inmediato del presente cercano y la evocación de un pasado más de treinta años anterior.

La metaficción, que integra como siempre numerosas referencias intertextuales al cine, la música y la literatura, es en este caso doble al relatar el proceso de escritura de la actual novela que planea, investiga y realiza sobre la trayectoria de James Earl Ray, el asesino de Luther King (lo más ficcional de la obra, aunque también parte de un hecho histórico) y la otra obra suya muy anterior de El invierno en Lisboa.The Conversation

José R. Valles Calatrava, Catedrático de Teoría de la Literatura, Universidad de Almería

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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