“No vamos detrás del clic, nuestro periodismo busca mejoras reales en el medioambiente”
Mongabay empezó como un pequeño blog sobre selvas tropicales. Ahora, cuenta con una red de 800 colaboradores en más de 80 países y sus artículos han logrado frenar amenazas contra la biodiversidad en todo el mundo. Además, este medio digital sin ánimo de lucro ha sido galardonado por el premio Biophilia de la Fundación BBVA. Nos lo cuenta Rhett Butler, su fundador
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Desde niño, las vacaciones familiares de Rhett A. Butler (San Francisco, EE UU, 1978) tuvieron destinos fuera de lo común, como Botswana, Ecuador o Zimbabwe. Ya como adolescente, un suceso marcó al incipiente viajero y naturalista. Poco después de visitar una increíble selva de Borneo (Malasia), fue destruida para utilizar su madera.
Indignado, el incidente motivó a Rhett a escribir un libro sobre la importancia de conservar las selvas tropicales. Su objetivo no era ganar dinero, sino “generar impacto” y por eso lo compartió gratis en la web. Era 1999 y aquel fue el inicio de Mongabay, donde durante 10 años publicó en solitario miles de artículos y fotos.
Ahora, la Fundación BBVA ha reconocido a este medio estadounidense sin ánimo de lucro con el premio Biophilia de Comunicación Medioambiental. Uno de sus logros: crear una red de 800 periodistas, científicos y colaboradores en más de 80 países y en seis idiomas.
¿Qué supone este reconocimiento para Mongabay?
Es un gran honor y una validación de todo el esfuerzo que hemos puesto en concienciar sobre la protección de la biodiversidad.
¿Qué logro le hace estar más orgulloso de estos 20 años?
El crecimiento de la organización, en cuanto a la capacidad para cubrir temas a nivel internacional. Cuando comencé Mongabay era un pequeño proyecto, solo en inglés y centrado en bosques tropicales. Hoy cubre una amplia gama de temas en la intersección entre personas y naturaleza. Además del inglés, tenemos reportajes originales en indonesio, español, portugués, francés e hindi. Tenemos capacidad de impacto en temas importantes, que a menudo no se cubren demasiado en medios generalistas.
Cuando empezó el proyecto como un blog, ¿imaginó que llegaría a convertirse en una red de 800 periodistas en 80 países?
Realmente, no tenía ni idea de que iría en esta dirección. El crecimiento ha sido muy serendípico. Hemos buscado dónde tendría más impacto nuestro periodismo. Eso nos ha hecho crecer y lo hemos hecho manteniendo la calidad de nuestro trabajo y la integridad de la organización.
¿Cree que el interés por el periodismo medioambiental ha aumentado?
Sí. Creo que los efectos de la degradación ambiental son más evidentes que nunca. Es el caso de los incendios, las olas de calor, el impacto de las tormentas… El hecho de que estos impactos sean tan graves hace que esta información sea más relevante para la gente.
A veces es difícil empatizar con situaciones lejanas. ¿Por qué deberían interesarnos los abusos medioambientales en lugares lejanos, como Gabón o Indonesia?
Para conectar con estos problemas, los vinculamos a la vida cotidiana. Una manera es hablar de los productos básicos de consumo. Plantemos de dónde vienen el café o los muebles que utilizamos y cuál es el impacto para las personas de sus lugares de origen.
También hablamos de la degradación ambiental. Por ejemplo, si se tala el Amazonas, puede afectar a patrones de lluvia no solo en Río de Janeiro, sino también en el norte global.
Y pensamos en nuestra audiencia. Si tratamos llegar a alguien que trabaja en finanzas, planteamos una historia incidiendo, por ejemplo, en las implicaciones financieras de la deforestación del Amazonas sean relevantes para alguien que trabaja en una compañía de seguros en Zúrich, por poner un ejemplo.
Algunos artículos de Mongabay han sido motores de grandes cambios. ¿Podría dar algunos ejemplos?
Sí. Una parte crucial de lo que hacemos es que nuestro periodismo contribuya a cambios reales. No solo buscamos alcanzar al público general, sino también a las personas que toman decisiones, para que tengan los datos para tomar decisiones informadas.
El año pasado, publicamos un trabajo que nos llevó dos años sobre una flota de pesca de atún, de propiedad china. Nuestras historias se centraban en que era un trabajo forzado en alta mar. Las personas solicitaban un tipo de trabajo y luego acababan en un barco durante años en muy malas condiciones. A partir ahí, descubrimos que esta flota estaba involucrada en capturar tiburones para cortar sus aletas. El gobierno de EE UU utilizó nuestra información para imponer sanciones a la compañía.
Otro ejemplo, hace dos años, en Gabón, África, había un bosque ancestral que se había mantenido sano y productivo durante generaciones y una maderera china consiguió una concesión para talarlo. Uno de nuestros reporteros locales hizo un artículo que llamó la atención de un alto funcionario del Ministerio de Medio Ambiente, que visitó el lugar y revocó el permiso de la empresa, reconociendo el derecho de la población local a gestionar el bosque. Fue un precedente en el país para posteriores proyectos de conservación liderados por comunidades.
¿Y qué se puede hacer cuando los gobiernos no persiguen los delitos medioambientales?
Este es un gran problema. Después de la pandemia, ha habido un colapso en la gobernanza en muchas partes del mundo. Hacer cumplir la ley ambiental o mantener áreas protegidas ya no es una prioridad, especialmente en zonas fronterizas.
Los medios podemos ayudar informando al sector privado, que puede estar abasteciéndose de materias primas de áreas donde se llevan a cabo actividades ilegales. Si las empresas cambian sus prácticas de abastecimiento, mandan un fuerte mensaje tanto a los gobiernos como a las entidades productoras, a las que les será más difícil vender esas materias primas.
Otro mecanismo es aumentar la presión sobre el gobierno para hacer cumplir la ley. Si se están causando daños atroces a comunidades indígenas, bosques, vida silvestre… y eso se muestra en las noticias internacionales, eso puede obligar a un gobierno a hacer cumplir la ley o tomar acciones. Si nadie le presta atención, no hay tantos incentivos para abordar un problema.
Mongabay no tiene una redacción física. ¿Cuáles son los retos de crear un proyecto internacional en remoto?
Nunca hemos tenido redacción física. Parte del valor de Mongabay es que tenemos tanto a reporteros locales como a editores, que conocen ciertos temas muy bien y que pueden guiar al periodista en su historia y establecer alianzas con otros medios.
Por ejemplo, en Perú tenemos una colaboración con El Comercio, un importante medio nacional, y hacemos investigaciones conjuntas donde hay reporteros de ambos medios. Esto genera colaboraciones muy interesantes. Quizás el periodista local no tiene experiencia en mirar imágenes de satélite y nuestro editor puede aportar esos datos, ligarlo a la deforestación histórica o compararlo con áreas donde no hay deforestación.
Uno de nuestros puntos fuertes es esta organización virtual, que ofrece un amplio campo para generar colaboraciones.
¿Y qué hay de las diferencias culturales? Imagino que debe suponer un desafío que en la redacción haya tan procedencias diversas como EE UU, Congo o India
Es un buen punto. Muchos de nuestros trabajos se realizan dentro de una misma región. Si comparamos alguien en Lima con una persona en una comunidad indígena hay enormes diferencias. Incluso mayores que entre alguien en Lima y alguien en Nueva York. Por eso abordamos estos proyectos con la mentalidad abierta y la voluntad de entender que hay muchas formas de hacer las cosas. Mongabay trata de incorporar la perspectiva local para dialogar con ella, en lugar de realizar enfoques de arriba a abajo, que suele ser más tradicional en los medios.
En cuanto a la logística, tenemos una redacción virtual, a modo de plataforma de gestión de proyectos. Una ventaja de esto es que nos permite trabajar de forma asíncrona, sin estar en la misma zona horaria, para avanzar en una historia.
Un beneficio de contar con esta red internacional de periodistas locales y nuestros editores es que las historias locales se elevan a la discusión del ‘big picture’. Por ejemplo, tenemos un montón de reporteros que cubren historias muy locales sobre proyectos REDD+, que luego podemos incluir como ejemplos en una pieza más amplia sobre los mercados de carbono.
Para Mongabay es prioritario desarrollar la capacidad de los periodistas locales. Tenemos un programa de becas remuneradas, para que los periodistas en el sur global avancen en sus carreras.
Mientras medios como National Geographic reducen su plantilla, Mongabay crea una nueva redacción en África. ¿Qué hacéis bien que no hacen los demás?
No tenemos un modelo ‘heredado’ que depende en gran medida de la publicidad. Mongabay tuvo publicidad, pero optamos por un modelo sin ánimo de lucro en 2012. Esto nos dio la capacidad de no perseguir clics y centrarnos en el impacto. De este modo, podemos casi regalar nuestro contenido. Cualquiera puede usarlo con o sin fines comerciales, porque no nos preocupa monetizarlo.
Nos interesa la contribución de nuestro periodismo al mundo. Si nuestros artículos aparecen en los principales medios de comunicación, donde obtienen más tráfico que Mongabay, cumplimos nuestra misión, que es llegar a quien toma las decisiones y a audiencias clave. Vemos otros medios como potenciales colaboradores en lugar de como competidores. Si solo persiguiéramos clics, los incentivos serían muy diferentes.
En lugar de buscar anunciantes, parte de mi función es recaudar dinero de personas que creen que el periodismo de Mongabay es un servicio público del que todos deberían beneficiarse. Es un modelo muy diferente al de National Geographic.
¿Y de dónde viene vuestra financiación?
Somos una organización sin ánimo de lucro. Actualmente, el 60% de nuestros fondos provienen de fundaciones. Por ejemplo, la Fundación Packard que puede financiarnos para proyectos como hacer 400 historias sobre el aceite de palma y la deforestación en Asia en diferentes lenguas.
Luego, un 30% de nuestros fondos provienen de particulares. Esto puede variar desde unos pocos cientos hasta miles de dólares. También tenemos una subvención del gobierno, que es alrededor del 5-6 % del presupuesto y obtenemos una pequeña cantidad de ingresos por publicidad, especialmente en video, porque Google añade anuncios en YouTube. Esto sería menos del 1%. El resto se completaría con las pequeñas donaciones, por debajo de los 100 dólares.
Como medio de comunicación, no podemos tener influencia editorial de los donantes, tenemos un cortafuegos. Hay muchos financiadores con los que no podemos trabajar, porque quieren tener mayor influencia.
Entonces, ¿los donantes pueden financiar proyectos concretos?
Mongabay cubre una amplia gama de temas en la intersección entre personas y naturaleza, pero hay subtemas. En un día normal, podemos trabajar con unas 50-100 propuestas periodísticas, pero siempre hay brechas. Por ejemplo, durante mucho tiempo tuvimos una carencia en la cobertura de océanos, entonces contactamos con los donantes para solicitar financiación para estos proyectos.
Muchos de los temas que cubrimos acaban financiados por becas o subvenciones. Para aquellos que no podemos cubrir de esta forma, buscamos otras fuentes de ingresos.
La financiación individual tiende a ir menos destinada a proyectos. Por ejemplo, estamos haciendo trabajos sobre la contaminación (plásticos, químicos…) donde no tenemos apoyos institucionales y sacamos adelante el trabajo gracias a las donaciones de individuos. Nuestra ambición sería que una vez que tengamos suficientes historias que demuestren los impactos de esta contaminación, consigamos que algunos donantes institucionales apoyen nuestras propuestas sobre esta materia.
¿Cuál es la audiencia de Mongabay?
Algunos ejemplos de nuestras audiencias clave son: las administradores de recursos naturales. También, personas que trabajan en el Ministerio de Agricultura, Bosques, Medio Ambiente, Pesca o similares.
Además, nos siguen las agencias. En EE UU, sería USAID, que destina una gran cantidad de fondos a la conservación mundial. Asimismo, hay equivalentes en países como Noruega, Gran Bretaña o Alemania. En paralelo, está la gente que trabaja en el ámbito multilateral, como el Banco Mundial o la ONU.
Por supuesto, los periodistas que leen nuestro contenido y luego lo usan como ideas para sus propios reportajes o como información su reportaje. Y los profesionales de la conservación, comunidades locales e indígenas, académicos, investigadores, ONG, y personas en el sector privado, específicamente en la gestión de cadenas de suministro de productos básicos –como el caso del aceite de palma o la madera– que tienen responsabilidad ambiental con sus inversiones.
Mongabay ya no está en Twitter / X…
Sí, de hecho, perdimos nuestra cuenta principal de Twitter en marzo y nuestra cuenta para América Latina está silenciada (shadowban).
Incluso si nuestras cuentas no hubieran sido bloqueadas o silenciadas, he visto una gran disminución en engagement y un estudio de este año reveló que muchas personas que se identifican como ambientalistas han reducido drásticamente su uso de Twitter. Y eso probablemente también nos está afectando.
Solíamos depender mucho de las redes sociales, pero eso está cambiando muy rápidamente. Muchas plataformas están penalizando o quitando las noticias… Es un momento muy confuso para las redes sociales.
Finalmente, ¿cuáles son los principales retos de Mongabay de cara en al futuro?
Las tendencias en el consumo de noticias y el ecosistema de información. Llegar a nuestras audiencias cada vez es más complicado.
Muchos públicos no entienden lo que es real y lo que no es real. Mucha gente está más interesada en el contenido que no cuestiona su visión del mundo y menos en los hechos.
En un tema como el cambio climático –donde en algunas afiliaciones políticas no creen en la ciencia o en los científicos o no importan las cuestiones ambientales– se vuelve mucho más difícil llegar a esas audiencias. Y se deben encontrar otras maneras de llegar a ellos e involucrarlos. Creo que ese es probablemente el mayor desafío que para Mongabay y otros medios.
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