Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos

Las cosquillas producen un efecto positivo, tanto mental, como físicamente

Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos

Tiempo de lectura estimado: 7 minutos


Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

No hay ninguna duda de que reír –y sonreír– es bueno para la salud, tanto física como mental. Y un modo facilón de provocar la risa es recurriendo a las cosquillas. Hacer cosquillas, además, busca el acercamiento y el contacto físico, sobre todo con los peques de la casa. Y no cabe duda de que nos conduce a momentos divertidos.

Hay dos tipos de cosquillas

A finales del siglo XIX se describió que podemos percibir las cosquillas de dos modos diferentes, que se denominaron knismesis y gargalesis. La knismesis son las cosquillas suaves y ligeras, como las generadas por el roce de una pluma. La sensación es más bien de picor y no suele provocar risa. La gargalesis se refiere a las cosquillas más intensas, que producen risa cuando se hacen en zonas concretas del cuerpo.

Hay estudios que indican que con las cosquillas se genera una sensación u otra pero, generalmente, no ambas a la vez. Parece ser que porque los receptores sensitivos de la piel, y también las vías nerviosas asociadas, son distintos.

Las cosquillas intensas

Las cosquillas de tipo gargalesis, o sea, las de la risa, son más complicadas que las caricias tipo knismesis. Los estudios llevados a cabo apuntan a que la risa que aparece con las cosquillas es más bien consecuencia de un comportamiento social que de un reflejo, por ejemplo, en la interacción entre madre e hijo, o en el preludio sexual.

Además, cuando se hacen cosquillas intensas entran en juego elementos de dominación y sumisión. Y hemos de tener en cuenta que la risa que provocan las cosquillas no implica que nos apetezca reír en ese preciso momento, pues también dependen del contexto y del estado de ánimo.

Como se ha indicado anteriormente, las cosquillas intensas solo ocurren si se provocan en ciertas partes del cuerpo, principalmente en la planta del pie, las axilas, el cuello y la barbilla. Desde el punto de vista del comportamiento, ocupan un lugar propio al ser la única forma de contacto que hace reír. Y bien sabemos que no nos las podemos provocar a nosotros mismos. Pero, ¿por qué no?

Si me las hago no me río

Nuestro organismo se encarga de recoger y procesar la información sensitiva a través de un complejo sistema de receptores y vías nerviosas denominado sistema somatosensorial.

Cuando nos provocamos a nosotros mismos una sensación táctil, el sistema somatosensorial la percibe con menos intensidad que si la fuente de estimulación es externa. Todo apunta a que esto se debe a la diferencia de capacidad predictiva sobre las consecuencias que pueden tener las acciones autogeneradas frente a las acciones externas.

En otras palabras, nuestro cerebro interpreta un estímulo táctil propio como menos amenazador que uno externo. Y esto ocurre también con las cosquillas, tanto con las ligeras como con las intensas.

Midiendo las cosquillas

Hace un par de meses se publicó un estudio científico muy interesante cuyo objetivo era tratar de caracterizar la fisiología de las cosquillas intensas (la gargalesis) y su supresión por autoestimulación.

Participaron ocho chicas y cuatro chicos, con una media de edad de unos 30 años. Se agruparon por parejas que pertenecían un mismo círculo social para asegurar una, digamos, cierta familiaridad y facilitar el estudio.

Cada persona adoptó antes o después el papel de hacer o recibir las cosquillas según su propia elección. La respuesta a las cosquillas se cuantificó a partir de medidas acústicas, visuales y fisiológicas, y teniendo en cuenta la experiencia subjetiva de cada participante.

Se detectó que los cambios fisiológicos (en la circunferencia torácica y las expresiones faciales) aparecían simultáneamente unos 0,3 segundos después del estímulo, y la vocalización unos 0,2 segundos después. Tanto el tiempo de duración como las propiedades de vocalización se correlacionaron con la experiencia subjetiva: a más risa mayor sensación de cosquillas.

Cuando a cada persona se le pidió que realizase el gesto de hacerse cosquillas a la vez que las recibía de su colega, la sensación disminuía y la vocalización se retrasaba. Sobre todo si ella misma se intentaba hacer cosquillas de verdad.

Todo apunta a que, en general, cuando nos tocamos se activa en nuestro cerebro un mecanismo de inhibición y de supresión de la vocalización. Y de ahí que si te haces cosquillas a la vez que otro te las está haciendo, disminuya el efecto, o que no te rías nada si solo te las haces tú.The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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