Terapias a medida para acabar con el párkinson
Con 10.000 nuevos casos al año en España, encontrar tratamientos eficaces para optimizar la calidad de vida y ralentizar el progreso de la enfermedad resulta fundamental para las personas afectadas. La medicación personalizada según la genética de cada paciente supone uno de los avances más esperanzadores
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El párkinson es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente después del alzhéimer. Se calcula que afecta a más de 10 millones de personas en todo el mundo, y alrededor de 160.000 en España. Según datos de la Sociedad Española de Neurología, cada año se diagnostican en nuestro país unos 10.000 nuevos casos.
Fue el médico británico James Parkinson quien describió por primera vez, en 1817, la patología que lleva su nombre, aunque inicialmente la llamó “parálisis agitante”, por las señales que observó en seis personas con temblor en reposo y dificultades para el movimiento.
Habría que esperar hasta 1967 para contar con medicación capaz de controlar sus síntomas, mientras la enfermedad crecía en número de afectados a medida que aumentaba la esperanza de vida, ya que su principal factor de riesgo es la edad.
“Hoy hay muchos tratamientos sintomáticos que cambian la vida a los pacientes; tal cantidad de fármacos que no hay por qué aguantar efectos secundarios incapacitantes. Es posible probar hasta dar con el más adecuado”, destaca la neuróloga Lydia López Manzanares, responsable de la Unidad de Trastornos del Movimiento del Hospital Universitario La Princesa de Madrid, centro de referencia acreditado.
El compuesto más eficaz sigue siendo el mismo que en 1967, la levodopa. El bioquímico Oleh Hornykiewicz (1926-2020) tuvo un papel crucial al observar que en el cerebro de las personas afectadas hay niveles muy bajos de un neurotransmisor fundamental para el movimiento, la dopamina, a consecuencia de la muerte de las neuronas que la producen.
Posteriormente, se demostró que, al aportar la dopamina deficitaria en forma de su precursor, la citada levodopa, se podían controlar los síntomas motores en las primeras etapas de la enfermedad.
El problema llega a medida que el párkinson progresa. Entonces, la duración de su beneficio terapéutico entre las tomas se acorta, lo que conlleva la aparición de periodos sin respuesta a la medicación (conocidos como periodos OFF o bloqueos), en los que el temblor, la rigidez y la lentitud de movimientos reaparecen.
Arsenal terapéutico en continua actualización
Estas fluctuaciones motoras entre los periodos ON (sin síntomas) y OFF (con síntomas) reducen la movilidad, y dificultan las actividades de la vida diarias y la interacción social. Ahí es donde entran los últimos fármacos comercializados en el último año y los que llegarán en los próximos meses.
Así, ya hay disponible una levodopa que se administra en perfusión continua bajo la piel, con una pequeña aguja de plástico. Funciona las 24 horas, sin necesidad de sonda al estómago como las anteriores, y evita las fluctuaciones, lo que aporta gran independencia a los pacientes en su día a día.
También se ha desarrollado un nuevo ‘fármaco de rescate’, que dispensa levodopa inhalada para anticiparse a los periodos sin respuesta a la medicación. “El inhalador administra la cantidad suficiente y evita al paciente soportar un periodo OFF antes de la siguiente toma. Además, su efecto es más rápido”, resalta López Manzanares.
Hacia finales de este 2024 se espera que llegue al mercado un segundo medicamento de rescate para los bloqueos. Se trata de un compuesto muy conocido, la apomorfina, pero en una nueva vía de administración rápida y sencilla, en forma de lámina que se coloca bajo la lengua.
Además, la comunidad científica sigue investigando para conseguir tratamientos más efectivos, explica Álvaro Sánchez Ferro, neurólogo del Hospital Universitario 12 de Octubre y coordinador del Grupo de Estudio de Trastornos del Movimiento de la Sociedad Española de Neurología.
“Junto con los análisis en terapia génica, también se apuesta por la inmunoterapia para desarrollar medicamentos que, mediante anticuerpos monoclonales, actúen sobre las proteínas que dañan las neuronas”, añade.
Ejercicio para retrasar su avance
Como sostiene López Manzanares, “si bien no es posible aún curar el párkinson, se estudian tratamientos para enlentecer su progresión. Ya hay una forma de conseguirlo: la actividad física logra retrasar su avance”.
Hay una evidencia consistente que demuestra los beneficios del ejercicio sobre los síntomas motores y no motores en pacientes con esta patología, lo que ha llevado a la comunidad científica a proponerlo como terapia modificadora de la enfermedad.
Un artículo publicado el pasado febrero en el Journal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry incide en el respaldo científico de la actividad física como un factor protector que previene la enfermedad de Parkinson y que actúa como una terapia sintomática eficaz. De ahí que se prescriba en una etapa temprana de la enfermedad, junto con el tratamiento médico convencional.
“Las personas que hacen habitualmente ejercicio de intensidad moderada aeróbico y de fuerza, al menos tres días en semana, sufren una progresión más lenta del párkinson. Se lo recomendamos a todos los pacientes porque posee un efecto protector frente a la progresión de la enfermedad”, enfatiza Sánchez Ferro.
Eso sí, advierte López Manzanares, “tiene que ser ejercicio que canse, que se acelere un poco el corazón y que haga sudar”. Esto permite retrasar el paso de un estadio a otro más avanzado, lo cual es significativo porque uno de cada cinco diagnósticos se da en personas menores de 50 años.
“Con esa edad se sigue pagando hipoteca, universidades de los hijos, trabajando... Si podemos ralentizar su avance para que quede en una simple torpeza, algo de temblor y poco más durante los próximos 20 años, supondría mucho en la vida laboral y social de esa persona. Incluso evitar que llegue a producir discapacidad a corto plazo”, destaca.
El párkinson no solo afecta al movimiento
Sin embargo, los síntomas motores no siempre son los primeros en aparecer. Alrededor de un 30 % de los casos tienen como primera manifestación la depresión. “Debemos estar alerta cuando a partir de los 60 años surge este trastorno sin haber tenido episodios previos”, advierte Sánchez Ferro. “Otras señales no motores precoces habituales son la pérdida progresiva del olfato y los movimientos involuntarios durante el sueño”.
Las alteraciones no relacionadas con el movimiento pueden afectar también al lenguaje, atención, capacidad visoespacial, memoria de trabajo y funciones ejecutivas. Estas últimas están muy relacionadas con la facultad para planificar el día a día. Los expertos apuntan que trabajar las áreas afectadas es fundamental para preservarlas.
Azucena Balandín es socióloga y dirige la asociación Párkinson Aparkam, de Alcorcón, desde hace 20 años. “Los pacientes necesitan un servicio de rehabilitación para acudir diariamente, porque les ayuda a preservar las capacidades, a trabajar sobre los síntomas, a buscar estrategias de afrontamiento. Lo requieren a lo largo de toda la evolución de la enfermedad”, explica.
Como ocurre con el ejercicio físico, también se ha visto claramente la importancia de la intervención terapéutica no farmacológica en el plano cognitivo para mejorar la calidad de vida. Sin embargo, explica Balandín, “aunque está plenamente demostrado el beneficio para los pacientes, estos servicios no se ofrecen en el sistema público”.
Las ‘muchas caras’ de la enfermedad
Aunque el diagnóstico sigue siendo clínico, ahora se hacen más análisis genéticos que hace una década. “Cada vez somos capaces de afinar más, tanto en el diagnóstico como en la genética. En particular, esta última aporta mucha información, incluso sobre la evolución del paciente o qué terapias le pueden ir mejor”, continúa López-Manzanares.
Junto a los estudios genéticos, las pruebas complementarias de imagen y de medicina nuclear son también buenos aliados en el dictamen. Además, las unidades de trastornos del movimiento están cada vez mejor dotadas. Y esto incluye la enfermería, que puede elaborar los planes de salud para los pacientes y sus cuidadores.
“El párkinson es en realidad un síndrome que afecta al cerebro, y también a otros órganos, como intestino, corazón, piel, vista o sistema urogenital. Aunque solemos agrupar todo como una enfermedad, sabemos que hay diferentes tipos, a veces determinados por mutaciones genéticas, sobre las que ya se están investigando tratamientos específicos”, concluye.
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