El desafío de erradicar el azote mundial de las hepatitis víricas
Las hepatitis víricas constituyen un serio problema de salud: las sufren 350 millones de personas (el 4 % de la población mundial) y son responsables de más de 1,5 millones de muertes cada año
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Vicente Soriano, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
Las hepatitis víricas constituyen un serio problema de salud: las sufren 350 millones de personas (el 4 % de la población mundial) y son responsables de más de 1,5 millones de muertes cada año.
Se conocen cinco virus que causan hepatitis, denominados de la letra A a la E. Pero, además, la infección por otros virus también puede dañar al hígado humano, caso del citomegalovirus o el agente patógeno del ébola.
Hepatitis A y E: normalmente leves y con vacuna eficaz
Las más frecuentes hepatitis agudas ictéricas –caracterizadas por la coloración amarillenta de la piel– son producidas por los virus A y E. Afectan sobre todo a adultos jóvenes y el contagio se produce generalmente tras exposición a aguas y/o alimentos contaminados, lo que se conoce como transmisión por vía fecal-oral.
Estas hepatitis son endémicas en muchos países en vías de desarrollo, aunque se dispone de una vacuna eficaz contra ellas, aconsejada si se viaja a alguna de esas zonas. No hay formas crónicas, y las manifestaciones clínicas leves se resuelven en 1 o 2 meses. Eso sí, en los casos poco frecuentes de enfermedad fulminante, puede ser necesario el trasplante hepático.
Hepatitis B: un millón de muertos al año
Las hepatitis crónicas víricas más frecuentes están producidas por los virus B, C y delta. En cuanto a la primera, la OMS estima que alrededor de 275 millones de pacientes sufren hepatitis crónica B en el mundo. Causa cerca de un millón de muertes cada año, ya sea por complicaciones de la cirrosis o por cáncer de hígado.
Desde hace 40 años también disponemos de una vacuna eficaz frente al virus B. La OMS recomienda su administración universal a los recién nacidos; medida que, sin embargo, no se lleva a cabo en muchos países en vías de desarrollo.
El virus B puede transmitirse de las madres infectadas a los bebés, por transfusiones y mediante jeringuillas contaminadas (por ejemplo, en los drogadictos). A nivel global, la vía de contagio principal es la sexual.
Existen antivirales orales, como el tenofovir y el entecavir, que suprimen casi por completo la replicación del virus B. Tornan indetectable la carga viral. Sin embargo, la medicación es de por vida, ya que el agente patógeno no se erradica.
Además, hay nuevos fármacos de este tipo en desarrollo. El objetivo de las terapias de combinación –administrando varios medicamentos a la vez– es lograr una curación funcional, esto es, que el antígeno de superficie del virus B (HBsAg) circulante pase a ser negativo, aunque no se erradique la infección viral por completo.
Hepatitis C: antivirales al rescate
La OMS estima que 57 millones de personas están infectadas por el virus de la hepatitis C, aunque la llegada de antivirales orales ha reducido el número de afectados en el mundo durante la última década. Estos medicamentos se administran durante 2-3 meses en combinación y logran la curación –o sea, erradican el virus– en más del 95 % de casos.
Existe una proporción importante de infectados por el virus C que no saben que son portadores y que, por tanto, no pueden beneficiarse de la medicación. Y, además, pueden ser fuente de contagio para otros. El virus se transmite sobre todo a partir de inyecciones con material no esterilizado y transfusiones.
En los países desarrollados, la drogadicción intravenosa continúa siendo la causa principal de contagio. Las relaciones sexuales sin protección y con sangrado también pueden transmitir el virus.
No existe una vacuna frente al agente patógeno de la hepatitis C. Por tanto, los pacientes tratados y curados con antivirales orales pueden sufrir reinfecciones si continúan realizando prácticas de riesgo de exposición.
Hepatitis delta: rara pero muy peligrosa
Esta es la menos frecuente de las hepatitis víricas, aunque también la más grave: cerca de la mitad de los casos pueden evolucionar a cirrosis y/o cáncer de hígado. Se estima que unos 15 millones de personas sufren hepatitis delta en el mundo.
El virus delta es un virus satélite y solo infecta a pacientes con hepatitis B. De este modo, se comporta como un parásito de parásitos y agrava la historia natural de la hepatitis B. Se transmite por exposición a sangre y otros líquidos biológicos contaminados. La drogadicción intravenosa y las relaciones sexuales son los mecanismos de contagio más frecuentes.
Hasta hace poco tiempo, el trasplante hepático era la única alternativa para los pacientes con cirrosis por virus delta. Sin embargo, recientemente se ha aprobado de forma provisional un antiviral que se administra diariamente por vía subcutánea: la bulevirtida. Otro compuesto de estas características, lonafarnib, se encuentra en la fase final de evaluación clínica y es previsible que pronto logre su aprobación. Existen, pues, esperanzas de curar la hepatitis delta con terapia antiviral combinada.
Control de las hepatitis víricas para 2030
Con ocasión del Día Mundial de las Hepatitis (28 de julio), la OMS ha subrayado el compromiso de erradicar las hepatitis como problema de salud pública mundial en 2030. Con el fin de lograr este objetivo, se requiere un esfuerzo global para realizar pruebas diagnósticas (incluyendo test rápidos) y detectar a los portadores asintomáticos.
Por su parte, los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades estadounidenses han recomendado hacer un despistaje o examen médico (screening) de marcadores de hepatitis en suero al menos una vez en todos los adultos. De este modo pueden potenciarse las opciones médicas disponibles más efectivas: el tratamiento de los infectados con antivirales y la administración de vacunas a personas susceptibles de contagiarse.
Estas medidas deben ir acompañadas de información y educación sobre los mecanismos de contagio y las conductas de riesgo de exposición a las hepatitis víricas, especialmente entre los adolescentes y adultos jóvenes.
Vicente Soriano, Facultad de Ciencias de la Salud & Centro Médico, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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