La ludopatía no es solo cosa de hombres
¿Por qué la mirada social hacia la mujer con problemas de juego sigue siendo de persona “viciosa” y no de “enfermedad”? Y si las consecuencias y la percepción social de la mujer con trastorno de juego es distinta, ¿por qué el género sigue sin estar incluido en su evaluación y tratamiento?
Tiempo de lectura estimado: 9 minutos
Laura Macía Guerrero, Universidad de Deusto y Ana Isabel Estévez Gutiérrez, Universidad de Deusto
¿Por qué la mirada social hacia la mujer con problemas de juego sigue siendo de persona “viciosa” y no de “enfermedad”? Y si las consecuencias y la percepción social de la mujer con trastorno de juego es distinta, ¿por qué el género sigue sin estar incluido en su evaluación y tratamiento?
Sexo, género y salud
A estas alturas sabemos que no tiene las mismas connotaciones hablar de sexo que de género. Sin embargo, en numerosas ocasiones se utilizan erróneamente de manera indistinta. La categoría “sexo” (ser mujer u hombre) supone una condición genético-biológica, mientras que hablar de “género” (lo femenino y lo masculino) es una categoría más compleja, que incluye los roles y expectativas sociales relacionados con las características, conductas y pensamientos que asociamos al hecho de ser hombre o mujer.
Los estudios clínicos han confirmado que existen diferencias entre mujeres y hombres en su manera de enfermar. A nivel biológico, las diferencias en los cromosomas sexuales de hombres (XY) y mujeres (XX) repercuten en la evolución y manifestación de ciertas enfermedades. En los hombres (XY), la existencia de mutaciones en los genes del cromosoma X los predispone a la expresión de ciertas enfermedades. No les ocurre lo mismo a las mujeres, que por su doble condición XX tienen la capacidad de transportar el gen sin ser expresado en ciertas efermedades organicas, por ejemplo.
Asimismo, se constata que ciertas problemáticas de salud son exclusivas de cada sexo. Por ejemplo, el embarazo o la menstruación son experiencias biológicas únicas para la condición de sexo “mujer”.
No obstante, existen otras problemáticas de salud cuya prevalencia mayoritaria en uno de los dos sexos no parece estar justificada por la condición biológica de sexo hombre/mujer. Es más, parece guardar más relación con cuestiones de género que con el mero hecho de ser hombre o mujer, biológicamente hablando. Es el caso de la depresión, la anorexia, la bulimia, el suicidio y, por supuesto, las adicciones. Incluyendo la adicción al juego.
La adicción se considera “poco femenina”
Tradicionalmente, el mundo del juego y las apuestas ha estado vinculado a los hombres. Paradójicamente, a medida que se normalizan las conductas adictivas entre las mujeres, la prevalencia femenina aumenta.
¿Es entonces el sexo, es decir, lo biológico, una razón excluyente para que una mujer desarrolle una conducta adictiva? La respuesta es claramente no.
Sin embargo, nos encontramos ante un escenario social donde se cuestiona a la mujer que realiza comportamientos que no son socialmente asumidos como normales o que transgreden los “roles o cualidades femeninas” esperados, por ejemplo, una adicción. Incomprendida, acaba sufriendo un proceso de penalización moral y social añadido.
Lo preocupante del asunto es que esta diferencia podría agravar la sintomatología psicológica y física asociada al juego en la mujer. Además de repercutir en la búsqueda de apoyo sociosanitario y terapéutico.
Por tanto, nos parece imprescindible realizar estudios que analicen la problemática de juego desde una perspectiva de género.
Diferencias de sexo en el Trastorno de Juego
Si bien es cierto que la adicción al juego muestra mayor prevalencia en los hombres, las mujeres presentan más dificultades para el reconocimiento de la problemática y sufren mayor estigma social. Además, una vez iniciada la conducta de juego de riesgo, la progresión hacia el desarrollo del trastorno de juego es hasta dos veces más rápida que los hombres.
Investigaciones previas muestran un patrón relacionado con el sexo respecto al inicio, comorbilidad o motivos de juego. Las ludopatías en mujeres aparecen entre los 30-40 años, mientras que los hombres se inician habitualmente durante la adolescencia.
Asimismo, las mujeres manifiestan más frecuentemente trastornos emocionales (por ejemplo, depresión) y problemáticas psicosociales previas a la adicción (por ejemplo, abusos sexuales, violencia doméstica, sucesos traumáticos no elaborados, historia familiar de abuso de alcohol y drogas, o parejas ludópatas, entre otras).
A eso se le suma que las mujeres superan con creces la prescripción en psicofármacos, destacando especialmente los antidepresivos, tranquilizantes o ansiolíticos. Esto parece reforzar lo indicado por la comunidad médica, según la cual las mujeres, a pesar de vivir más tiempo, experimentan mayor malestar y acuden más frecuentemente al médico a lo largo del ciclo vital.
No obstante, existe un gran debate en la actualidad respecto a si ante los mismos síntomas existe un sesgo de género que hace que las mujeres sean derivadas a recibir tratamiento farmacológico en mayor medida que sus homólogos varones, siendo estos últimos derivados a revisiones analíticas y pruebas orgánicas en su defecto.
Mirar las adicciones con perspectiva de género
Como hemos ido señalando a lo largo del artículo, la manera de enfermar podría resultar diferente en hombres y mujeres. No obstante, la mayoría de las investigaciones en el área se centran en muestras de hombres. Por tanto, podríamos estar asumiendo parámetros que no se manifiestan de la misma manera en mujeres. La mirada en los protocolos de evaluación y terapia continúa siendo androcentrista, con el hombre como medida estándar, sin adaptar los parámetros a las mujeres.
En definitiva, tener en cuenta los motivos biopsicosociales que explican las diferentes conductas adictivas en la mujer permitiría una mirada centrada en la reducción de consumo de psicofármacos. Y una mejora de la salud general y la calidad de vida de las mujeres.
Laura Macía Guerrero, Psicóloga Sanitaria e Investigadora, Universidad de Deusto y Ana Isabel Estévez Gutiérrez, Profesora titular e Investigadora en el Departamento de Psicología, Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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