Las restauraciones de playas mal diseñadas amenazan la conservación de las aves
Las playas, por ser terrenos públicos y hábitats prioritarios, son foco de restauración. Sin embargo, restauraciones mal planificadas pueden dañar ecosistemas y aves costeras
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La reciente aprobación de la Ley de Restauración de la Naturaleza el pasado 17 de junio de 2024 representa un hito para la conservación de la naturaleza en el territorio de la Unión Europea (UE). La polémica tramitación de esta ley, que ha puesto contra las cuerdas la credibilidad de las instituciones europeas para evitar y revertir el deterioro de los ecosistemas, marca ahora la hoja de ruta de la Comisión Europea, que quiere recuperar el 30 % de los ecosistemas terrestres y marinos degradados de aquí a 2030, y el 90 % para 2050.
Teniendo en cuenta que más del 80 % de los hábitats europeos se encuentran en mal estado de conservación, es evidente que hay mucho trabajo por hacer y que buena parte del territorio de la UE está en el punto de mira.
Los que se dedican a la restauración ecológica, una disciplina que si algo requiere es tiempo, sabrán que se trata de objetivos ambiciosos, difíciles de cumplir si no se nutren de restauraciones a gran escala. Y este es el problema: poco tiempo para pensar y hacer las cosas bien, deja poca capacidad de maniobra para diseñar proyectos respetuosos con toda la biodiversidad y consensuados entre políticos, gestores y ecólogos de diferentes disciplinas.
Las playas, en el punto de mira de la restauración
Pero no todos los ecosistemas degradados tienen la misma probabilidad de ser restaurados. La propiedad de los terrenos y la presencia de hábitats prioritarios han sido hasta ahora factores determinantes a la hora de obtener financiación para proyectos de restauración en la UE.
La costa es generalmente de propiedad pública y la Directiva de Hábitats incluye hasta 18 tipos de hábitats dunares de interés comunitario, cinco de los cuales se consideran prioritarios. No es de extrañar, entonces, que las playas hayan sido el objetivo de muchos proyectos de restauración.
Pero, ¿podría ser perjudicial restaurar hábitats que están degradados? Un artículo que he publicado recientemente en la revista Nature Ecology & Evolution pone el foco precisamente en esta contradicción. Las evidencias sugieren que la falta de multidisciplinariedad a la hora de diseñar los proyectos de restauración dunar está desencadenando la desaparición de los hábitats y especies amenazadas ligadas a los ambientes abiertos y de escasa cobertura vegetal, que habitualmente se encuentran en la zona más próxima a la orilla del mar.
Las consecuencias para las aves litorales
Las playas son el hábitat de alimentación, descanso y reproducción de muchas especies de aves marinas y limícolas, algunas de ellas exclusivas de estos ambientes.
Sin embargo, la mayoría de estas aves solo utilizan la orilla (para alimentarse) y una pequeña franja de la playa para reproducirse, aquella donde se acumulan los restos depositados por el mar y se forman las primeras dunas, que típicamente presentan una escasa cobertura de vegetación. Es el hábitat que solemos denominar la “playa seca”, en contraposición a la “playa húmeda” por la influencia del oleaje.
Los chorlitejos representan uno de los ejemplos de aves limícolas más ligadas a estos ambientes costeros. Estas aves nidifican directamente sobre la arena desnuda, en lugares abiertos, llanos y con casi ninguna planta a su alrededor, ya que su estrategia es tener una buena visión desde el nido para detectar de manera temprana la llegada de un potencial depredador y poder huir volando para sobrevivir.
El futuro de las playas y las aves ante el cambio climático
Esas preferencias de hábitat coinciden con las de las personas, que utilizan esta parte de la playa para pasear y poner la toalla, por lo que las aves han ido perdiendo espacio a medida que crece la demanda de uso recreativo de las playas.
Las perspectivas de futuro para las aves litorales no son buenas. El aumento del nivel del mar a consecuencia del cambio climático amenaza con reducir sus hábitats de reproducción, estrechando la playa seca y causando una importante erosión de dunas móviles embrionarias.
Que las playas desaparecen es algo que no se escapa a la mayoría de los ciudadanos, gestores y científicos. Se trata de uno de los ecosistemas más afectados por el cambio climático y su mantenimiento es clave tanto para la protección de la costa como para sustentar las economías basadas en el turismo de sol y playa.
Esta preocupación ha motivado numerosas y recurrentes iniciativas de restauración, basadas en crear sistemas más estables (resilientes) frente a la erosión o el riesgo de inundación.
Así, son frecuentes las acciones basadas en mover la arena y crear dunas móviles muy elevadas, que son repobladas con plantas hasta casi cubrir la arena por completo, creando así barreras para reducir el impacto del oleaje durante los temporales.
También proliferan las iniciativas a pequeña escala (a menudo de ONG) que persiguen repoblar los pocos lugares abiertos y desprovistos de vegetación que quedan en las playas.
Otro modelo de restauración costera
Lo último que necesitan las aves litorales es un escenario de proyectos de restauración a pequeña o gran escala que se centren únicamente en cubrir con vegetación hasta el último parche de arena desnuda. Existen muchas playas urbanas que piden a gritos que les dejen tener dunas. La estabilidad de su arena y, en definitiva, su futuro, depende de que dejemos de ver las playas como simples zonas de ocio y aprendamos a compartirlas con aves y plantas. Eso sí, no se trata de jardines, no hace falta rellenarlas de verde para que cumplan su función ecológica.
Miguel Ángel Gómez-Serrano, Profesor Asociado de Ecología, Universitat de València
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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