Parecen vivos y, sin embargo, están muertos: a propósito del caso Archie Battersbee
Parecen vivos y, sin embargo, están muertos. Esa sería la mejor descripción de los pacientes en muerte cerebral: personas con un daño neurológico que fallecieron mientras estaban conectadas a un respirador en una unidad de cuidados intensivos.
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Parecen vivos y, sin embargo, están muertos. Esa sería la mejor descripción de los pacientes en muerte cerebral: personas con un daño neurológico que fallecieron mientras estaban conectadas a un respirador en una unidad de cuidados intensivos.
¿Puede seguir latiendo el corazón de una persona muerta?
La respuesta es sí.
El trágico caso de Archie Battersbee, un niño fallecido el pasado 6 de agosto en un hospital de Londres a consecuencia de un daño cerebral por asfixia, ha tenido un gran impacto mediático. De nuevo se ha podido constatar la insuficiente comprensión del concepto de muerte de la persona basada en criterios neurológicos, también denominada muerte cerebral o muerte encefálica.
El desconocimiento en el caso de Archie ha sido notorio en algunos medios de comunicación, que utilizaban como sinónimos muerte cerebral, estado de coma o estado vegetativo.
Posiblemente, la confusión también ha sido transmitida a los padres de Archie. Estos, a pesar de haberse establecido el diagnóstico de muerte cerebral, manifestaron su esperanzas en la recuperación de su hijo.
Los criterios de la Escuela Médica de Harvard
Hasta 1968, el criterio médico esencial para diagnosticar la muerte era la comprobación del cese definitivo de la actividad cardiaca. Ese año, un Comité de la Escuela Médica de Harvard definió nuevos criterios para establecer el fallecimiento de la persona basados en el cese irreversible de las funciones encefálicas (la llamada muerte encefálica o muerte cerebral).
Estos criterios implican que pacientes conectados a un respirador artificial, tratados en una unidad de cuidados intensivos, con actividad cardiaca pero no cerebral, puedan ser declarados muertos a pesar de que su corazón siga latiendo.
Muerte cerebral, coma y estado vegetativo
El diagnóstico de muerte encefálica global, y en consecuencia de muerte de la persona, exige demostrar la ausencia definitiva de signos discernibles de actividad en el tronco del encéfalo y en el cerebro (encéfalo en su conjunto).
Para ello, es imprescindible constatar, mediante una exploración clínica, que ha cesado completa e irreversiblemente toda actividad neurológica de base intracraneal, incluyendo la respiración espontánea. También debe comprobarse el cese de la actividad eléctrica del cerebro (mediante un electroencefalograma) o del flujo sanguíneo cerebral (empleando arteriografía cerebral, sonografía Doppler transcraneal o pruebas equivalentes).
En muerte cerebral no solamente existe una pérdida irreversible de la conciencia, sino de todas las funciones encefálicas. Mientras, en el estado de coma o en el estado vegetativo permanente, aunque hay un grave deterioro de las funciones cerebrales –especialmente de la conciencia–, aún se mantiene actividad propia del cerebro o del tronco del encéfalo.
En muchos casos, el paciente en estado de coma puede recuperar la conciencia y el resto de funciones cerebrales. Por el contrario, el estado vegetativo permanente (actualmente tiende a denominarse síndrome de vigilia sin respuesta) exige una pérdida irreversible de contenido de la conciencia.
En esta última situación, los pacientes tienen una vida completamente dependiente, aunque mantienen signos de actividad encefálica, como respiración espontánea, respuestas simples a estímulos externos, etcétera.
Los pacientes en coma o en estado vegetativo no reúnen criterios de muerte cerebral. Por tanto, son ética y médicamente personas vivas.
Actividad de los órganos en muerte cerebral
La corporalidad del ser humano es compleja. Existen mecanismos de interrelación que mantienen la actividad biológica intrínseca en células, tejidos y órganos, siempre que persistan la actividad cardiaca, la oxigenación de la sangre y la entrada de nutrientes.
Esta situación de interrelación se mantiene tras la muerte cerebral debido al soporte artificial. Sin embargo, el que existan órganos con actividad biológica no significa necesariamente que el paciente esté vivo. Supervivencia de órganos y vida de la persona no son sinónimos.
La muerte cerebral podría encontrar una analogía con el mantenimiento extracorpóreo de órganos mediante dispositivos que aportan oxigenación y perfusión. La pervivencia de la actividad biológica de dichos órganos no supone que el ser del que provenían esté vivo.
Bases antropológicas para declarar la muerte de la persona
Aunque los criterios para establecer la muerte cerebral son de índole clínico, las bases que justifican que la persona ha fallecido son, además de biológicas, antropológicas.
El cerebro humano es el soporte biológico de características propias y exclusivas de las personas. Entre estos rasgos están la racionalidad, la conciencia de sí mismo y del otro (expresada en forma de intersubjetividad por el diálogo) y la conducta moral (únicamente la persona presenta un comportamiento con características morales).
El proyecto de vida solamente puede ser elaborado por el individuo de la especie humana, e igualmente hay una identidad que lo hace único: además de no existir dos personas moralmente iguales, tampoco las hay idénticas en la valoración de su conducta integral, libertad, consciencia de sí mismo, etc.
Solo el cerebro humano es capaz de sustentar todas esas características. Por lo tanto, tras la muerte cerebral no existe sustento orgánico biológico para las características de persona.
¿Había esperanzas de que Archie se recuperara?
En los casos de muerte encefálica, como el de Archie Battersbee, no puede negarse la existencia de una corporalidad con funcionalidad orgánica basada en el soporte externo, como el respirador artificial. Eso permite una interrelación entre órganos y la persistencia de características biológicas remanentes propias del biotopo orgánico.
Sin embargo, la muerte cerebral conlleva no solo la pérdida de la conciencia, y de todas las funciones encefálicas, sino también la ausencia de base biológica para los aspectos esenciales que caracterizan a la persona: racionalidad, conciencia de sí mismo, libertad, proyecto, manifestación, identidad, inmanencia y trascendencia de persona, etc.
Probablemente, si los padres de Archie Battersbee hubiesen tenido esa perspectiva antropológica, y no solo biológica y clínica, de la situación de su hijo, su percepción sobre las actuaciones médicas ulteriores al diagnóstico de muerte encefálica hubiesen sido diferentes.
José María Domínguez Roldán, Profesor Asociado de Ética Médica, Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla. Médico Especialista en Medicina Intensiva, Hospital Universitario Virgen del Rocio, Sevilla. España., Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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