Guerra de Ucrania: ¿Qué son las “bombas sucias” y por qué Rusia habla ahora de ellas?

Desde la invasión de Ucrania en febrero, la amenaza de que se utilicen armas de destrucción masiva ha sido una preocupación constante

Guerra de Ucrania: ¿Qué son las “bombas sucias” y por qué Rusia habla ahora de ellas?

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Christoph Bluth, University of Bradford

El debate sobre esta amenaza ha tendido a centrarse en la posibilidad de que Rusia recurra al uso de su arsenal nuclear, algo que han insinuado en varias ocasiones el presidente ruso Vladimir Putin y sus altos cargos.

El 23 de octubre, el ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu, llamó a sus homólogos británico, francés y turco para afirmar que Ucrania estaba planeando utilizar una “bomba sucia”. La afirmación ha sido ampliamente interpretada como una posible operación de “falsa bandera” del Kremlin, que podría indicar que es Rusia la que está planeando desplegar tal arma y culpar a Ucrania. Pero ¿qué son las bombas sucias?, ¿se han utilizado alguna vez?

El término se refiere a un dispositivo que utiliza un explosivo convencional mezclado con materiales radiactivos diseñado para contaminar grandes áreas. En una carta dirigida al Consejo de Seguridad de la ONU el 24 de octubre, Rusia afirmó que Ucrania está planeando utilizar estos dispositivos en dos lugares dentro de su propio territorio. Se trata de la Planta de Enriquecimiento Mineral del Este, en la región central de Dnipropetrovsk, y del Instituto de Investigación Nuclear de Kiev.

No es la primera vez que Rusia acusa a Ucrania de utilizar armas de destrucción masiva. En marzo de 2022, Vasily Nebenzya, embajador de Rusia ante la ONU, declaró ante el Consejo de Seguridad que Rusia había descubierto pruebas de investigación de armas biológicas financiadas por Estados Unidos en Ucrania.

Las bombas sucias pasaron a formar parte del discurso sobre seguridad cuando se hizo evidente que redes terroristas internacionales como Al Qaeda intentaban hacerse con armas de destrucción masiva, pero no pudieron adquirir material fisible puro u otros componentes y tecnología para construir un artefacto explosivo nuclear.

En realidad, nunca se ha utilizado un arma de este tipo, a pesar de los diversos esfuerzos de algunos grupos terroristas. Hace más de 20 años se registraron dos intentos fallidos de detonar un dispositivo de este tipo en la provincia meridional rusa de Chechenia. Los investigadores también encontraron material nuclear capaz de ser utilizado en una bomba sucia en una fábrica abandonada en Chechenia.

Armas no convencionales

Una “bomba sucia” es un dispositivo de dispersión que contiene material radiactivo, posiblemente uranio, pero más probablemente materiales de baja calidad como cesio-137 u otros materiales radiactivos de uso común. A veces se encuentran, por ejemplo, en instalaciones médicas que no están tan protegidas como otros lugares en los que usa material radiactivo. En 2020 se publicó un estudio en el Journal of Instrumentation sobre los efectos de la dispersión de estos materiales radiactivos en una metrópoli densamente poblada. En él se constató que:

es probable que el evento tenga un pequeño efecto biológico en las poblaciones locales y que la principal consecuencia sea las graves lesiones y daños materiales que pueda causar la propia explosión. Los materiales radiactivos utilizados en una bomba sucia probablemente no provocaría una exposición a la radiación suficiente como para causar enfermedades graves inmediatas o futuros aumentos detectables en las tasas de cáncer.

El estudio ha concluido que moriría más gente por los efectos localizados de la explosión que por la radiación. Esto sugiere que la idea de las bombas sucias como armas de destrucción masiva es exagerada.

Por lo tanto, parece que una bomba de este tipo no es un arma militarmente eficaz. Pero al igual que los ataques a las infraestructuras energéticas de Ucrania, el uso de estas armas podría causar una grave dislocación de la población civil. Muchas personas tendrían que abandonar sus hogares y negocios durante un periodo de tiempo indeterminado.

Advertencia ominosa

Occidente considera que las acusaciones de Rusia son un intento preventivo de echar la culpa a Ucrania en caso de que se produzcan incidentes que provoquen grandes fugas de radiación que puedan deberse a un dispositivo de dispersión. Esto ha suscitado la sospecha de que la propia Rusia está planeando algún ataque contra las dos instalaciones mencionadas.

El Instituto de Física Nuclear en Kiev fue creado en 1944 para consolidar la investigación atómica en Ucrania. Alberga varias instalaciones de investigación nuclear, entre ellas un reactor de investigación VVR-M que se puso en marcha en 1960 y en el que se utilizan materiales fisionables. La Planta de Enriquecimiento Mineral del Este se dedica a la producción de combustible nuclear.

Si los militares rusos atacaran estas instalaciones, correrían el riesgo de liberar materiales radiactivos en el medio ambiente, aunque el efecto podría no ser de la misma magnitud que el uso de una bomba nuclear. El director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica, Rafael Mariano Grossi, dijo el 24 de octubre que el OIEA realiza visitas periódicas a estas instalaciones para garantizar el cumplimiento de todas las salvaguardias nucleares. Grossi añadió que, a petición del Gobierno ucraniano, realizará una nueva visita en un futuro próximo para verificar las condiciones de los dos emplazamientos.

Las advertencias del ministro de Defensa ruso deben interpretarse poniendo en duda que el Gobierno o el ejército ucraniano quieran poner a su propia gente en semejante riesgo. Es poco probable que Rusia logre apoyos para estas denuncias en la ONU. Pero lo más preocupante es que esto es un indicio de que Rusia –que ha sufrido diversos reveses en el campo de batalla en los últimos meses– podría estar planeando algún método no convencional de escalada bélica y estaría tratando de trasladar a Ucrania, preventivamente, la responsabilidad de las víctimas y la destrucción.The Conversation

Christoph Bluth, Professor of International Relations and Security, University of Bradford

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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