Ir al cole por primera vez: cómo lograr un inicio amable… ¡con mucha música!
Este mes de septiembre muchos menores se enfrentan por primera vez a la incorporación a un centro educativo de Educación Infantil y comenzarán la adaptación escolar. Se trata de una nueva vivencia emocionalmente intensa para los niños y niñas, familias y docentes implicados
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Oliver Curbelo González, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Cristina Martín Sanz, Universidad del Atlántico Medio
¿Cómo afecta a los menores?
Comenzar la escuela supone un paso de gran importancia en la vida de cualquier niño o niña, ya que es la primera vez que cambia su entorno familiar, que le proporciona seguridad, cariño y estabilidad, por otro totalmente desconocido.
Este proceso puede producir cambios en el comportamiento de los niños fuera del entorno escolar, manifestándose en lloros, conductas agresivas, ansiedad, alteraciones del sueño, trastornos alimenticios, etc.
En el ámbito escolar las conductas adaptativas de los infantes no se manifiestan siguiendo un patrón común. Suelen definirse a lo largo de este periodo tres fases en el comportamiento de los niños y niñas:
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Fase de protesta, caracterizada por los llantos, la ansiedad, conductas regresivas, agresividad, alteraciones del sueño, etc.
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Fase de ambivalencia, caracterizada por una alternancia imprevista de comportamientos de la fase de protesta y otros propios de adaptación.
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Fase de adaptación, cuando se considera que el niño ha superado la ansiedad, manteniendo relaciones sociales entre iguales y participando en las tareas del aula.
Sin embargo, las conductas que manifiestan los menores en el periodo de adaptación difieren de manera muy contrastante entre unos y otros. Así, hay algunos que comienzan el periodo de adaptación en la fase de ambivalencia, otros viven una dolorosa y larga fase de protesta y otro grupo manifiesta conductas regresivas pasada la primera semana.
Además, aunque los menores hayan asistido previamente a una escuela infantil, espacios de apoyo familiar, cuidado con madres de día, etc., esto no implica que la adaptación sea más rápida.
La planificación del periodo de adaptación
El periodo de adaptación se divide en varias fases y finaliza cuando se considere que los niños y niñas están emocional, social y escolarmente adecuados al centro. La duración dependerá de cada menor, pero puede tomar unos 30 días o más.
Una correcta planificación es de gran ayuda en la incorporación al centro. Algunas líneas comunes que pueden mejorar los procesos de acogida y adaptación son:
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Tener un contacto individualizado con el educador o educadora antes del inicio de las clases.
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La incorporación del alumnado debe ser progresiva y en pequeños grupos, incluyendo la permanencia de los padres los primeros días.
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Fomentar la interacción entre iguales.
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Apoyar afectivamente a los menores.
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Introducir gradualmente los nuevos hábitos, especialmente desde casa.
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Mantener un flujo de información constante entre los progenitores y educadores.
El papel de madres y padres
El papel de las familias en el periodo de adaptación es imprescindible en el proceso de acogida. Por un lado, se recomienda una participación más activa de los padres en las primeras semanas, intentando tener un papel en las actividades que se hagan en el aula. De hecho, numerosos estudios reconocen el potencial de las acciones compartidas entre las familias y la escuela. Ello se traduce en un mayor beneficio educativo para los menores.
Por otro lado, la gestión de las emociones por parte de los progenitores es todo un reto, especialmente en los primeros días, ya que es esencial que las personas adultas transmitan seguridad y confianza y así poder servir de ejemplo y sostén a las emociones de los menores.
Los educadores de las escuelas infantiles y los centros de Educación Infantil necesitan disponer de herramientas y estrategias para una adaptación lo más respetuosa y amable posible. Así, existen numerosas recomendaciones para la organización de este periodo, coincidiendo todas en la necesidad establecer un contacto previo familia-escuela, crear vínculos afectivos y respetar los ritmos que necesite cada individuo.
Un aliado: la música
Las experiencias musicales cotidianas aportan seguridad, confianza, favorecen la autorregulación y también la autoestima. Precisamente los beneficios que aporta la música para desarrollar las capacidades afectivas del alumnado la convierte en una herramienta muy valiosa para la expresión de sentimientos y emociones. Además, posibilita la interacción entre iguales y la adquisición de habilidades cooperativas en las dinámicas colectivas.
Las canciones son verdaderos canales de transmisión de información emocional con los menores, que permiten establecer fuertes vínculos de amor y protección. En numerosas ocasiones, los progenitores utilizan un repertorio de canciones que ellos mismos cantan para acompañar los trayectos en coche o para ayudar a dormir a su hijo o hija, consiguiendo un estado de calma en él o ella.
Utilizar la misma música que escucha el menor en el hogar como refuerzo emocional en el periodo de adaptación le aportará a este una mayor seguridad y estabilidad. Además, si esta es cantada conjuntamente por el profesorado y las familias en el aula, ayudará a crear un mayor vínculo entre el hogar y la escuela, y facilitará una transición mucho más amable. Posteriormente, los docentes continuarán con esta dinámica sin la presencia de las familias, contribuyendo a la creación de un mayor vínculo afectivo y social, así como un clima de seguridad, confianza y cariño.
Un plan de acción musical
Para ello es necesario establecer un plan de acción conjunto entre el centro educativo y las familias para coordinar el repertorio de canciones que se utilizaría a lo largo de este proceso. Aunque la elección de las canciones puede ser libre, se recomienda el uso de nanas por tener características similares en cualquier cultura y porque son las que tradicionalmente se han utilizado para calmar al bebé.
Otra propuesta es la utilización de una melodía conocida a la que se le cambia la letra para adaptarla al contexto o a una situación. Este tipo de dinámicas se utiliza tanto en el ámbito de la musicoterapia como en el contexto educativo.
La música pueda ser un buen punto de partida para fortalecer lazos y posibilitar que las nuevas experiencias escolares sean positivas y enriquecedoras para la comunidad educativa y sobre todo para la infancia.
También se ha demostrado que el uso de objetos musicales ayuda a fortalecer el vínculo afectivo con los menores, sobre todo para favorecer la participación activa en los menores que no tienen adquirido el habla y el canto.
Oliver Curbelo González, Profesor del Área de Música de la Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Cristina Martín Sanz, Didáctica de la Expresión Musical, Universidad del Atlántico Medio
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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