Destrucción del hábitat y brujería, dos amenazas para el ave más simbólica de México

Los colibríes, en riesgo por la pérdida de los ecosistemas que habitan, conforman un grupo de aves con una distribución única en América. La fuerte carga espiritual que representan en México, donde viven más de 50 especies distintas, se ha vuelto una amenaza para su conservación

Destrucción del hábitat y brujería, dos amenazas para el ave más simbólica de México

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Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons

En el imaginario mexicano la visita de un colibrí constituye una señal de buen augurio. Según una creencia heredada de las civilizaciones prehispánicas, con su aparición fugaz y más de 80 golpeteos de sus alas contra el aire por segundo, estas diminutas aves portan el mensaje fugaz de nuestros muertos.

“En la cultura mesoamericana los colibríes estaban asociados con guerra y amor”, relata María del Coro Arizmendi, una de las mayores expertas en estas aves que habitan el continente americano, 330 especies registradas desde Alaska hasta Chile. Se estima que en México se distribuyen hasta 58 de ellas, de las cuales 14 son endémicas. Pero, como advierte la ornitóloga, “podrían ser muchas más”.

La destrucción y fragmentación de su hábitat suponen en la actualidad una de las mayores amenazas para estos animales tan especiales, el grupo de aves más pequeñas y de las más diversas. “Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en nuestro país hay nueve especies amenazadas, dos en peligro y seis en protección especial”, apunta la bióloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien lleva más de tres décadas estudiando colibríes y es autora de la guía más completa realizada.

Conocidos coloquialmente con chuparrosas, “son extraordinarios polinizadores. Más de 10.000 plantas de América del Norte y del Sur dependen de ellos”, destaca Arizmendi de estos animales que, con sus largos picos en forma de punzón, perforan las flores en cuestión de segundos para extraer el alimento. “Están adaptados para mantener el vuelo mientras beben el néctar”, explica la experta.

Para ello, estas aves empenachadas de iridiscencia, cuyas plumas varían desde los colores pardos, hasta los brillantes metálicos en función del brillo del sol, vuelan hacia adelante y atrás, despliegan su cuerpecito para arriba y abajo, en vertical y horizontal, para conquistar a su antojo el entorno aéreo, “una capacidad acrobática impresionante relacionada también con el cortejo en algunas especies”, destaca Juan Francisco Ornelas Rodríguez,  investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (Inecol) y otro de los más destacados expertos mexicanos en colibríes.

“Para mantener tal actividad, necesitan mucha energía, por eso se dedican todo el tiempo a comer néctar, su metabolismo les exige dosis de azúcar constante”, agrega el ornitólogo.

Pequeños pero guerreros

Caracterizados por su reducida dimensión —la especie más pequeña no supera los 2 gramos y medio—, el colibrí es un animal tremendamente bélico. “En contra de lo que la mayoría cree no son sociables, no andan en grupo y defienden su territorio como ningún otro animal. Se alimentan exclusivamente de néctar y necesitan comer todo el tiempo, no permiten que nadie se acerque a sus flores, que defienden con tanta agresividad. Por eso son asociados con la guerra”, explica Arizmendi haciendo mención a Huitzilopochtli, el Dios de la guerra mexicana, el valiente guerrero que convirtió a su pueblo mesoamericano en el más poderoso de todos, “cuyo nombre se traduce como colibrí zurdo”.

En contraposición a la fuerte simbología que los asocia con la guerra, los colibríes también representan el amor. Según los mexicas, estas aves nacerían de Coatlicue, la diosa de la fertilidad. “Y yo creo que es por la función biológica que tienen: dedican su vida a la polinización, que es la reproducción sexual de las plantas con flores”, explica la bióloga de la UNAM.

Mientras que este “actor de amor” los presenta como la buena suerte otros aspectos de su fisiología los vincula con el inframundo. “Para mantener su metabolismo, que es muy acelerado, los colibríes se pasan el día comiendo todo el tiempo. No pueden estar más de 10 minutos sin alimento porque se les acabaría la energía”, señala Arizmendi.

En climas donde la temperatura ambiente baja considerablemente por la noche, como por ejemplo en la Ciudad de México, muchas especies entran en fase de torpor, una hibernación que llevan a cabo cada noche. “Al igual que los osos dejan caer el metabolismo, los colibríes bajan su temperatura corporal baja hasta los 19 °C. y solo mantienen funciones vitales mínimas, como la respiración y el latido cardiaco”, apunta la experta, para quien esta característica biológica fue la que dio origen a ciertas creencias.

“Lo más probable es que nuestros antepasados, que vivían en selvas y bosques, al encontrar de noche así a estas aves, pensaran que estaban muertos, porque se quedan tiesos como momias. Pero en cuanto los pones en la mano entran en calor, cuando les calienta el sol es como si revivieran y echan a volar. Seguramente por esto se cree que son seres que viven entre el mundo de los vivos y los muertos, que llevan los pensamientos de un lado a otro”, afirma Arizmendi.  Una creencia que los ha vuelto víctimas del comercio ilegal.

Colibríes como mercancía de la santería

“Hace años los vendían a la salida de distintos metros de la Ciudad de México. Un señor los ofrecía en un palito disecado por San Valentín, para que los muchachos conquistaran a las chicas”, lamenta la ornitóloga. Por suerte, esta práctica desapareció, pero evolucionó en los hoy conocidos como amarres, amuletos elaborados con hierbas y extractos curativos como miel, un mechón de pelo, la medallita de alguna virgen, una fotografía del deseado y otros tantos detalles simbólicos que se atan con un cordel al ave muerto para conjurar al amor y manipular los afectos.

Estos tipos de talismanes fácilmente se pueden encontrar en el legendario Mercado de Sonora, el bazar más grande de magia negra de toda América Latina: pasillos laberínticos donde los remedios para el malestar o la migraña se presentan en frasquitos con el etiquetado de aceites naturales, y la enfermedad, ya sea un cáncer o un “mal de aire”, se trata con pócimas y consultando las cartas astrales, acudiendo a chamanes o rezando a San Judas.

En este mercado negro, denunciado durante años por maltrato animal, se venden gatos y gallos negros, y hasta cabras, para sacrificios de santería. “Y el mal de amor se cura forjando hechizos con colibrís”, ironiza Arizmendi, que formó parte de la denuncia levantada contra este mercado gracias a una investigación originada en Estados Unidos, a donde llegó el mercado negro de colibríes mexicanos. “No obstante, la práctica de capturarlos para conjuros de amor no viene de las culturas mesoamericanas sino de la santería cubana”, matiza la especialista.

En 2009, investigadores documentaron más de 650 colibríes muertos en venta en el Mercado de Sonora. Los ejemplares habían sido capturados con redes y tirachinas. “En aquel entonces su precio no superaba los 100 pesos (menos de 5 euros)”, enfatiza la investigadora, quien lamenta que la redada policial solo frenara el negocio ilegal por un breve tiempo. “Luego volvieron a venderlos”, apunta.

De acuerdo con otra pesquisa realizada en el 2019, el valor de estos animales muertos había aumentado hasta los 150 pesos, poniendo en riesgo a varios de los colibríes de la capital, que alberga hasta 17 especies.

Aunque cada vez menos, los colibríes se siguen vendiendo con propósitos esotéricos. “El Gobierno no hace nada porque les parece un asunto sin importancia, pero es un problema que debe solucionarse con educación”, lamenta Arizmendi. Aunque matanza y venta están prohibidos en México y la ley (NOM-059) otorga protecciones estrictas a 20 especies y subespecies de colibríes, no hay iniciativas eficaces para frenar su tráfico ilegal.

Y, mientras, algunos enfrentan el peligro de desaparecer, como el colibrí tijereta, Doricha eliza, endémico de México, el ave que mejor conoce Ornelas, el mismo que en mitad del confinamiento por pandemia se asomó al jardín de su compañero Fernando González-García. Indiferente ante las leyendas que auguran promesas de buena suerte, este biólogo se tomó la visita del colibrí como un vaticinio profesional: “Cuando apareció en mi casa decidí que me dedicaría a estudiarlos”, cuenta el ornitólogo, también investigador del Inecol, que hasta entonces investigaba otra ave, el pavón cornudo, más conocido como chachalaca.

Más especies de las registradas

“El colibrí tijereta sólo se distribuye en nuestro país de forma muy reducida y cuenta con dos poblaciones separadas por más de 800 kilómetros. Una se sitúa al norte de la península de Yucatán, y vive entre manglares, la otra en el centro de Veracruz, donde habita selvas bajas secas y sabanas”, apunta el investigador. “Se sospechas que podrían tratarse de dos especies distintas”, agrega.

“Existen varias hipótesis que plantean que son distintos tipos de colibríes, pero todavía se necesitan más estudios”, señala Ornelas. “Para ver las diferencias poblacionales se estudian los caracteres físicos, pero también datos genéticos, secuencias de ADN que señalan distintas tasas evolutivas”, explica el ornitólogo, para quien en México “podría haber muchas más especies de las oficialmente registradas, como pasa con el colibrí tijereta”, apunta el biólogo.

“Aunque oficialmente son 14 los colibríes endémicos de México, probablemente haya hasta 24”, coincide González-García. Pero faltan estudios, así como datos poblacionales de los distintos colibríes que se distribuyen a lo largo del país.  “Se hacen estimaciones, pero no se han cuantificado bien. Si se comparan datos de hace 30 años se observa que algunas poblaciones han declinado en la última década, pero no sabemos con certeza cuántos hay”, concluye Ornelas.

Y los peligros que los acechan cada día aumentan: la destrucción hábitat por el desarrollo turístico a lo largo de todo el territorio mexicano, “los cambios de uso de suelo para cultivos o la quema para pastizales para ganado, para construir casas y estacionamientos”, denuncia Gómez- Fernández. Además de las praderas y selvas convertidas en asentamientos humanos, los gatos ferales representan también una amenaza inminente.

Se necesitan de forma urgente más espacios que actúen como hábitat para colibríes e involucrar a toda la sociedad en su protección”, resalta Arizmendi que lleva desde el 2014 promoviendo jardines como refugios para estas aves que ejercen de polinizadores, una iniciativa que está siendo replicada en escuelas y edificios públicos. “La educación es fundamental para su conservación, tenemos que ser capaces de trasmitir lo fascinantes que son los colibríes no como amuletos, sino cuando vuelan libres”, concluye la ornitóloga.

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